Los ojos del murciélago



Sin explícito lazo con este texto de Platón, su discípulo Aristóteles evoca en algún lugar la figura del murciélago cuyos “ojos”, incapaces de captar la luz del día, serían el equivalente de lo que es usualmente nuestra capacidad intelectiva en relación a las cosas que en sí resultan perfectamente evidentes. Ello explica que los prisioneros descritos por Sócrates sean considerados como paradigma de nuestra condición (“iguales que nosotros”). Nos hallaríamos, como ellos, anclados en una caverna subterránea, fijada la mirada y suspendida la escucha a pantallas y altavoces, vehiculadores de sombras y ecos, que, usurpando el papel de las cosas y de la palabra, se erigirían en la referencia única de nuestras percepciones y el fundamento único de nuestras convicciones.

(...) Vivir sin filosofía es perdurar en la platónica caverna (...)

Vivir sin filosofía equivale a permanecer extraviados entre quehaceres cotidianos, generalmente embrutecedores, buscando compensaciones meramente imaginarias que, de realizarse, nada satisfacen, pero que, de no hacerlo, frustran realmente. Vivir sin filosofía es aceptar como propio un mundo en el que todo problema verdadero ha sido arrancado de nuestro horizonte, mientras proliferan asuntos y cuitas en el origen puramente artificiosos, pero que acaban realmente por constituir la trama íntegra de nuestras vidas y determinar exhaustivamente el sistema de valores que las rige.

Nada más ilustrativo de esta inmersión en la sombra que la beatería ante la parafernalia digital y telemática, resultado de una intolerable distorsión de la función de la ciencia: ciencia, no ya instrumentalizada al servicio de la técnica (reproche tan clásico como a menudo injusto), sino de una nueva técnica que, lejos de satisfacer irrenunciables exigencias de orden material o espiritual, es generadora de compulsiones tan artificiales como intrínsecamente frustrantes, cuya función esencial es precisamente ocultar la acuidad y el carácter irrenunciable de las anteriores. (págs. 14, 16-17)

Víctor Gómez Pin, Los ojos del murciélago. Vida en la caverna global.

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