Cartesianisme i antidogmatisme.

René Descartes
Una simple encuesta sociológica nos mostraría, probablemente, que el término cartesianismo se halla lastrado por un rosario de connotaciones peyorativas. Cartesiana sería una disposición espiritual ávida de intolerable voluntad reduccionista que, empezando por deificar la exigencia de método, acabaría por confundir los contenidos a conocer con esquemas abstractamente erigidos. Y la actitud crítica no se limita a consideraciones epistemológicas. Remitir a excesos del espíritu cartesiano es expediente habitual (con el que perezosamente se evita todo esfuerzo auténticamente explicativo) en presencia de actitudes que pretenden reducir la multiplicidad de civilizaciones y culturas a aquellas que habrían permitido mayormente generalizar ideales de progreso vinculados a la civilización científico técnica. Razón esquemática, aséptica y sin embargo ebria, ignorante de sus propios límites; razón, en suma, a la par asténica y totalitaria.

La razón desterrada. Frente a este cliché (auténticamente reductor) no está de más señalar que Descartes reclama explícitamente la necesidad de salir del propio cascarón, abriéndose a Ias costumbres de los demás pueblos", cuyo conocimiento permitiría "juzgar cabalmente de las nuestras", contrariamente a lo que hacen los que nada han visto, quienes, narcisísticamente complacidos en sus hábitos y normas, "califican de ridículo y absurdo todo lo que a ellas se opone". Conviene asimismo recordar que el hecho de escribir una obra paradigmática como es el Discurso del método en francés era, en tiempos de Descartes, un auténtico gesto de rebeldía frente a la canallesca jerarquización de las lenguas que imperaba tanto entonces como en nuestros días: por un lado, las consideradas idóneas para la expresión de elevadas consideraciones espirituales; por otro lado, las meramente vernáculas, tenidas por aptas para el comercio cotidiano y la exteriorización de emociones elementales, pero inadecuadas tratándose de erudición científica, filosófica o artística (la lengua francesa cuenta hoy entre las finas, pero tal no era el caso en 1637).

Y lo importante no es tanto el hecho concreto de haber contribuido a fertilizar una determinada lengua, sino la disposición que subyace a la operación, a saber: la convicción de que por específicos que sean los recursos de tal o tal lengua, su dignidad reside en lo que tiene de común con todas las demás y que se refleja en toda persona que la hable, sea cual sea su posición en el registro de las jerarquías culturales. Buscar la razón común no equivale a negar la diversidad de las culturas, las lenguas o los individuos, sino, por el contrario, apostar por un fundamento que los legitime en su singularidad, que muestre a ésta como expresión absoluta de lo universal. René Descartes fue maestro en tal actitud, auténticamente humanista, encarpando así una noble apuesta por encontrar una base firme a la democrática tesis de la equivalencia de toda persona con respecto a toda otra, tesis tan a menudo enunciada en hipócritas términos de piadosa fraternidad sin soporte científico o filosófico de ningún tipo.

¿Tiranía, pues, de la razón cartesiana? Más bien repudio y destierro de la misma, traducidos en nuestras sociedades en la trivialización de actitudes, ideologías y prejuicios que van desde el ingenuo comentario peyorativo relativo a culturas ajenas hasta el fóbico repudio de emigrantes, pasando por la restauración de la patriotería de campanario. La razón cartesiana sólo es intolerante con el embrutecimiento y la estupidez, intolerancia sustentada en la convicción de que estulticia e inquisición van siempre juntas y que sin la erección de un espacio público en el que tal binomio haya sido desterrado no hay posibilidad real de dignidad en el ámbito privado.

Comentaris

Entrades populars d'aquest blog

Percepció i selecció natural 2.

Gonçal, un cafè sisplau

"¡¡¡Tilonorrinco!!! ¡¡¡Espiditrompa!!!"