La dignitat de la por.

El miedo forma la condición humana y se ha diagnosticado incluso que toda civilización es producto de una larga lucha contra el miedo. Los animales tienen miedo a ser devorados pero el ser humano multiplica los términos del temor, complica las amenazas y fantasea con los peligros. Y con sus remedios. Siempre hay miedo pero su grado puede repartirse a dosis individuales y morir en las consultas psiquiátricas. Ahora, sin embargo, hay un miedo colectivo que no cabe en la psicoterapia y evoca las épocas anteriores a la modernidad. El mar, las plagas, las guerras, las catástrofes, que aterrorizaban a los pueblos antiguos se han reasumido estas semanas en un pavor al extremismo del Islam, del que procederá una sublevación indefinida, de consecuencias sin calcular.

Jean Delumeau en su libro El miedo en Occidente (Taurus. 1989) recuerda que hasta la Revolución francesa sentir miedo era una indignidad. Un asunto que Montaigne asignaba a las gentes humildes e ignorantes o una flaqueza que no correspondía a la clase de la que procedían los héroes y los caballeros. Cuando don Quijote se prepara para intervenir a favor del ejército de Pentapolín contra Alifanfarrón, Sancho Panza le hace observar con timidez que se trata de un rebaño de carneros. 'El miedo que tienes -dice don Quijote- te hace, Sancho, que ni veas ni oyas a derechas; porque uno de los efectos del miedo es turbar los sentidos(...) y si es que tanto temes, retírate a una parte y déjame solo'. Desde la Antigüedad hasta hace unos dos siglos el discurso literario o plástico ha apoyado la valentía como eje de la conducción social. Una sociedad sin valientes sería una sociedad impedida para cumplir su destino y propensa a la disgregación, o la regresión.

En nuestros días, no obstante, no es vergonzoso sentir miedo ni tampoco manifestarlo. La idea de que el temor correspondía a los cobardes, los débiles o las mujeres, se ha sutituido por una idea del terror que se opone abyectamente a la democracia, al humanismo y a la civilización. Ser un individuo civilizado comporta vivir alertado sobre los riesgos múltiples y en general estado de alarma. Las tecnologías de defensa y vigilancia, el desarrollo de las policías privadas, las urbanizaciones fortificadas, las videocámaras repartidas por la ciudad, la medicina preventiva, son la expresión de un miedo extendido sobre la vida cotidiana real. No es, por tanto, un miedo generado por la ignorancia o 'la turbación de los sentidos' sino producto de la información y la transparencia. Ahora conocemos más formas de peligro y nos sentimos, a la vez, con una mayor compulsión y petrechos para neutralizalo. El miedo es una pasión libre y se admite pero el peligro parece un rasgo primitivo, algo cada vez menos tolerable en el desarrollo de cualquier civilización. Los griegos habían divinizado a Deimos (el Temor) y a Phobos (el Miedo) que correspondieron a las divinidades romanas de Pallor y Pavor. La palabra 'pánico' proviene del dios nacional de Arcadia que, a la caída del día, difundía el terror entre rebaños y pastores. Luego, sin embargo, el dios Pan llegaría a convertirse, en una suerte de gran protector nacional de Grecia. Con el conjuro del miedo -a través de un dios- se podía actuar, mientras con su influjo se anulaba la decisión y la fuerza.

Ahora en lugar de hacer indigno al miedo, conjurarlo o convertirlo en dios, establecemos una activa dialéctica con él. Vivimos en una sociedad de riesgo (Beck) y ya aceptamos que convivir con la asechanza, disponerse a sortearla o a asumirla, es consustantivo con la naturaleza de nuestra cultura occidental. Los norteamericanos han sido quienes más han exportado esta clase de establecimiento en la vida porque en Estados Unidos, desde antes de la guerra fría, se fomentaba la emoción del miedo interior y exterior, el miedo a ser atacado en cuanto pueblo bendito, la inquietud a ser perseguido, envenenado, irradiado o invadido. Luego ese miedo, difundido por todos los medios y de todos modos, se ha compenetrado con su formidable industria cultural.¿Cómo puede extrañar pues que bajo su poder y a partir de sus circunstancias se haya propagado el pavor?
 
Vicente Verdú, El miedo, El País, 25/10/2001

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