La fe en la mà invisible.

En el verano de 2007, la gran mayoría de los analistas, incluido Bernanke, el presidente de la Reserva Federal, consideraban que las preocupaciones por una posible recesión eran enormemente exageradas. En muchas regiones del país, los precios de la vivienda habían empezado a caer, y el número de familias que no pagaban sus hipotecas aumentaba vertiginosamente. Pero entre los economistas todavía reinaba una fe profunda y omnipresente en la vitalidad del capitalismo  stadounidense y en los ideales que representaba.

Durante décadas, los economistas han insistido en que la mejor manera de garantizar la prosperidad es reducir la intervención del gobierno en la economía y permitir que el sector privado tome las riendas. A finales de los años setenta, cuando Margaret Thatcher y Ronald Reagan lanzaron la contrarrevolución conservadora, los intelectuales que inicialmente promovieron esta línea de razonamiento —Friedrich Hayek, Milton Friedman, Arthur Laffer, sir Keith Joseph— eran vistos en general como cascarrabias de derechas. En los años noventa, Bill Clinton, Tony Blair y muchos otros políticos progresistas habían adoptado el lenguaje de la derecha. No tenían demasiadas opciones. Con la caída del comunismo y el ascenso de los partidos conservadores a ambos lados del Atlántico, una actitud positiva hacia los mercados se convirtió en un símbolo de respetabilidad política. Gobiernos de todo el mundo desmantelaron programas de asistencia social, privatizaron empresas estatales y liberalizaron sectores que anteriormente habían estado sometidos a la supervisión del gobierno.(…)

Algunos defensores de la liberalización financiera —miembros de grupos de presión de grandes empresas financieras, analistas de institutos de investigación de Washington financiados por corporaciones, congresistas que representan a distritos financieros— simplemente estaban cumpliendo órdenes de quienes les pagaban. Otros, como Greenspan y Summers, fueron sinceros en su creencia de que Wall Street podía, en gran medida, regularse solo. Al fin y al cabo, los mercados financieros están llenos de gente bien pagada y culta que compite entre sí para ganar dinero. A diferencia de otros sectores de la economía, ninguna empresa puede arrinconar al mercado o determinar el precio de mercado. En tales circunstancias, conforme a la ortodoxia económica, la mano invisible del mercado transmuta actos individuales de egoísmo en resultados colectivos socialmente deseables.

Si este argumento no incluyese un elemento importante de verdad, el movimiento conservador no hubiese gozado del éxito que tuvo. Los mercados que funcionan correctamente recompensan el trabajo duro, la innovación y el abastecimiento de productos bien hechos y asequibles, y castigan a las empresas y los trabajadores que ofrecen artículos excesivamente caros o de mala calidad. Este mecanismo del palo y la zanahoria asegura que los recursos se distribuyan con fines productivos, haciendo que las economías de mercado sean más eficientes y dinámicas que otros sistemas, como el comunismo y el feudalismo, que carecen de una estructura de incentivos eficaz. Nada en mis razones debería interpretarse como un argumento para regresar a la tierra o reconstituir el Gosplan de los Soviets.Pero aseverar que los mercados libres siempre arrojan buenos resultados implica ser víctima de una de las tres ilusiones que yo identifico: la ilusión de la armonía.


John CassidyPor qué quiebran los mercados. La lógica de los desastres financieros, RBA Libros, Barna 2010

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