Desafiar la natura.

Una vida humana, ochenta vueltas al sol, equivale a cien mil años geológicos. Estar vivos tan poco rato nos impide percibir los cambios que se dan en nuestro planeta. Esa aparente inmutabilidad de la naturaleza frente a la brevedad de la vida es la sensación que se obtiene, como una revelación cósmica, cuando se viaja a la Patagonia. Hace unos días anduve por allí contemplando ballenas, glaciares, cordilleras, lagos, desiertos, silencios minerales, todo fuera de la medida humana. El lago de Bariloche tiene capacidad para abastecer de agua durante una década a toda Europa. Las ballenas francas del golfo de Valdés son de tamaño medio, no obstante los testículos del macho pesan una tonelada, el corazón es como un coche, por la aorta se podría nadar a braza sin tocar las paredes, las crías nacen ya con dos mil kilos a cuestas y las madres, que se aparean con tres amantes distintos, liberan de cien a cuatrocientos litros de leche diarios sobre la superficie del agua cuando la cría le golpea de costado las glándulas mamarias. Pese a ese desmedido volumen, entre la madre y la cría se producen escenas amorosas de una ternura inefable. El glaciar Perito Moreno con un frente de cinco kilómetros de ancho y sesenta metros de altura avanza continuamente por el Canal de los Témpanos a pie de los Andes. Más allá del rito turístico de tomarse un whisky con este hielo milenario, al escalar su oleaje petrificado se descubre en su interior unas simas acuáticas de un azul tan puro como uno imaginaba de niño que serían las alas de los arcángeles. Pero en este viaje desde la desolada pingüinera de Tierra del Fuego hasta las cataratas de Iguazú, ya en el límite de la selva de Brasil, hubo dos momentos en que el espíritu redujo el gran espectáculo cosmológico de la naturaleza a un sentimiento zen. Estaba amaneciendo sobre un lago con las cimas nevadas de los Andes al fondo, cuando en el silencio metafísico de un bosque se oyó a un pájaro carpintero de cresta roja picotear el tronco de un cedro y, de pronto, su sonido, toc, toc, toc, concentró todo el universo. Después, ante las cataratas de Iguazú una madre estaba ayudando a hacer pis a su hijo. Con la diminuta cascada que producía aquel niño la mujer parecía desafiar con orgullo la inmensa fuerza del agua.

Manuel Vicent, Cosmos, El País, 21/11/2010

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