"Les civilitzacions són il.lusòries".



Recientemente estaba paseando por los canales de Amsterdam con un par de amigos, inmigrados de Pakistán. Estaban preocupados. El líder del tercer partido más representado en el Parlamento holandés había hecho un llamamiento a prohibir el Corán. La actitud hacia los musulmanes se estaba volviendo tóxica. Una extraña idea pesaba sobre mí al vagar por las cafeterías donde venden marihuana y los escaparates con prostitutas legales: la idea de que Anna Frank, como recordatorio permanente de la intolerancia hecha locura, podría ser el ángel guardián de los musulmanes en Amsterdam. ¡Qué triste que en esta ciudad una minoría religiosa pueda sentir una vez más la necesidad de un ángel guardián!

La desconfianza hacia los musulmanes no tiene lugar sólo en Europa. Este mismo año, en un viaje de Pakistán a Nueva York con mi esposa y mi hija pequeña, tuve mi acostumbrado y prolongado encuentro en el aeropuerto JFK con la versión estadounidense del mismo tema. Enviado a inspección secundaria, rodeado de otras personas con nombres que sonaban a musulmanes, esperé mi turno de ser interrogado. Finalmente llegó y el funcionario que me preguntó cosas como si había estado en México alguna vez o había recibido entrenamiento de combate, escribía lentamente en mi archivo electrónico, en continua expansión. Debido a ello fuimos los últimos pasajeros de nuestro vuelo que recogieron el equipaje, un solitario juego de maletas y un cochecito plegable en la cinta de la zona de llegadas, para entonces parada. Y hasta que salimos de la terminal aérea a la luz del sol, no me dejó de latir el corazón de una manera incongruente con mi condición de visitante con documentos en regla.

Cuando regresamos a Pakistán, la onda de choque de un hombre bomba suicida –el más reciente ataque mortal lanzado por los militantes empeñados en desestabilizar al país– había pasado por la oficina de mi hermana en Lahore. La explosión mató a varias personas en un edificio del Gobierno, pero estuvo bastante lejos de la universidad donde ella da clases como para lastimar a alguien o romper sus ventanas. Empero, sí logró abatir la puerta de su oficina, abriéndola de par en par, como fantasma que saliera al pasillo.

No faltará quien argumente que episodios como estos son indicios del choque de civilizaciones. Pero yo creo que no. Los individuos tienen cosas en común que pasan a través de los países, las religiones y las lenguas; y hay diferencias que dividen a quienes comparten un país, una religión y una lengua. La idea de que nos clasificamos en civilizaciones, en plural, es meramente un mito políticamente conveniente. Tomemos dos civilizaciones hipotéticas, concretamente las de “musulmanes” y “occidentales”. ¿A cuál de ellas pertenecen mis amigos pakistaníes en Amsterdam, o yo mismo? Por ejemplo, ellos son seculares y creen en la igualdad de derechos, sin importar el sexo ni la orientación sexual. Yo, como ciudadano y residente de Pakistán, he pasado 17 años en Estados Unidos, un periodo más largo que la vida de los más de 70 millones de estadounidenses nacidos después del año 1983. (...)

Las civilizaciones son ilusorias. Pero son ilusiones útiles. Nos permiten negar nuestra humanidad común y asignar poder, recursos y derechos de una manera repugnantemente discriminatoria.

Moshsid Hamid, Las civilizaciones de choques, La Vanguardia, 22/12/2010
http://www.lavanguardia.es/20101222/54092295510/las-civilizaciones-de-choques.html

Comentaris

Entrades populars d'aquest blog

Percepció i selecció natural 2.

Gonçal, un cafè sisplau

"¡¡¡Tilonorrinco!!! ¡¡¡Espiditrompa!!!"