Revolta i moderació.

Milan Kundera
Diez años después de que se publicara en Francia La broma, Kundera quiso remachar el clavo con el prefacio que escribió para la novela de su viejo amigo Josef Skvorecky, Mirákl (El milagro):«Mayo del 68 fue una revuelta de jóvenes. La iniciativa de la Primavera de Praga estuvo en manos de adultos, que basaban su acción en su experiencia y su decepción históricas. […] El Mayo francés fue una explosión del lirismo revolucionario. La Primavera de Praga fue la explosión de un escepticismo posrevolucionario. […] El Mayo francés fue radical. Lo que durante muchos años estuvo preparando la explosión de la Primavera de Praga era una revolución popular de los moderados».

Revuelta y moderación: dos palabras que, para los del 68 y para quienes cada diez años festejan y festejarán hasta el fin de los tiempos el aniversario de aquella gran efervescencia inaugural, casan mal. Dos palabras enemigas. Dos palabras que incluso se entregan a una guerra inexpiable. La revuelta es la transgresión, el exceso, la aventura, el riesgo, la ruptura con las costumbres, el desarreglo de todos los sentidos, la voladura de las viejas estructuras, el levantamiento de la vida contra ese gobierno de muertos al que se llama tradición, el impulso prometeico del hombre moderno liberado del yugo celestial, refractario a lo que existe tanto como a la nostalgia por las nieves de antaño y que sólo abre la boca para decir, con André Breton: «Habrá una vez». La moderación, por el contrario, evoca el puchero, las zapatillas junto a la chimenea, el conformismo timorato, el aburguesamiento, el abotargamiento, el allanamiento de la vida, la elección sin gloria del justo medio, el lamentable regreso del hijo pródigo, ya adulto, a las sendas allanadas de la cordura rutinaria y hogareña.

Existe también, no obstante, otro modo de levantar acta de la situación creada por el hecho de abandonar Dios el sitio desde el que había dirigido el mundo, y decir con Montaigne:«Quemar vivo a un hombre es poner un precio muy alto a nuestras conjeturas». La revuelta de los moderados de la que habla Kundera se inscribe en la tradición nacida del traumatismo de las guerras civiles religiosas. Mientras que a la revuelta prometeica le encanta franquear fronteras y proclama que la imaginación no tiene por qué humillarse ante la prosa de los días, la revuelta de los moderados reivindica la finitud. Mientras que la revuelta prometeica combate lo que considera la seria pusilanimidad de la circunspección y de la medida, la revuelta de los moderados le abre un sitio a la imperfección, a lo inacabado, a la incertidumbre, a la falibilidad, en resumen: a lo poco serio e irremediable de todas las convicciones, de todas las conjeturas humanas. La primera, enfática, pretende apresurar el advenimiento del reino humano, es decir, la transferencia al Hombre de los atributos divinos de la omnisciencia y de la omnipotencia. La segunda, irónica, pretende reventar los pellejos denunciando los estragos causados por la pretensión humana de ocupar el lugar que Dios ha dejado vacante. En 1965, en Praga, cuando se publica La broma, está teniendo lugar la revuelta de los moderados. En 1968, Prometeo levanta barricadas en París y, casi medio siglo más tarde, seguimos admirándonos ante la extrema modernidad de sus máximas: «La emancipación del hombre será total o no será»; «No estamos en contra de los viejos sino en contra de lo que los hace viejos»; «Seamos realistas, pidamos lo imposible»; o esta otra, de un laconismo fulgurante: «¡Sobre todo, nada de remordimientos!».

Alain Finkielkraut, Un corazón inteligente, Alianza Editorial, Madrid 2010

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