A favor del copyright.

También me parece normal y comprensible que la gente piratee lo que pueda, si nada va a pasarle por hacerlo. No les quepa duda de que si no estuviera penado hurtar en los almacenes, casi nadie pasaría por caja. Así que no culpo a los usuarios ni creo que deban ser perseguidos. La tentación es muy fuerte, y no estamos para resistirlas. Ahora bien, lo que no suele parecerme de recibo son las “justificaciones” y “argumentaciones” que esgrimen quienes tientan –y hacen negocio– y algunos de esos usuarios. No sólo quieren gratis películas, canciones, series televisivas y libros, sino que además pretenden tener razón y que se los aplauda por apropiarse de lo ajeno. Y poco menos que abogan por la desaparición de los derechos de autor y la supresión de la propiedad intelectual. Son los nuevos explotadores, que aspiran a tomar el relevo de quienes siempre explotaron a los artistas, los mecenas y los empresarios. Hablaré de lo que más conozco, los libros. Mucha gente sigue ignorando que el autor de una novela percibe sólo el 10%, y en las ediciones de bolsillo un 8% o incluso un 6%. Eso significa que, si una novela cuesta 20 euros, el novelista se embolsa 2 por cada ejemplar vendido. Está, por tanto, mucho más cerca del campesino que cultiva patatas que de ninguna otra figura de la larga cadena que lleva esas patatas al mercado de la esquina. Esto no siempre fue así. Durante largo tiempo fue peor. El escritor vendía su obra al editor, por una cantidad fija y normalmente miserable. El editor se convertía, con eso, en propietario único de la obra, y ya podía ésta tener un éxito demencial y vender millones de ejemplares, que el autor no veía un céntimo más, mientras que el editor se enriquecía indefinidamente con el trabajo y el talento ajenos. El reconocimiento del copyright y de la propiedad intelectual puso fin (relativo) a semejantes explotación y abuso. Ir contra esos logros es lo más reaccionario que quepa imaginar, tanto como ir contra la jornada de ocho horas y pretender que los trabajadores vuelvan a deslomarse durante doce o catorce, como en tiempos de Dickens.

A menudo se emplea el término “privilegiados” para referirse a los cineastas, cantantes y escritores de éxito. Un artista no es nunca un “privilegiado”, no puede serlo. Cada uno saca su creación y la pone ahí, en el mercado. No obliga a nadie a verla, escucharla o leerla, no está en su mano. No elige a sus espectadores, oyentes o lectores, siempre son éstos quienes lo eligen a él, libremente. Se los gana con su talento o porque tiene suerte, uno a uno, ninguno le es regalado. Sus posibilidades de fracasar son infinitamente mayores que las de triunfar. Corre su riesgo. Es privilegiado el hijo del banquero, que lo tiene todo hecho y hereda una fortuna. O el del rico empresario. Lo es más, incluso, el del zapatero, que hereda una zapatería y no parte de la nada. El artista, cualquiera que sea su origen, parte siempre de cero, jamás puede ser un “privilegiado”. Ni Ken Follett, que también se ha ganado a pulso a cada uno de sus lectores.

Javier Marías, Los nuevos explotadores, El País semanal, 16/01/2011
http://www.elpais.com/articulo/portada/nuevos/explotadores/elpepusoceps/20110116elpepspor_17/Tes?print=1

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