Julian Assange, mite revolucionari.



La imagen de Assange en los medios, tras ser puesto en libertad condicional hace unas semanas, frente a las puertas neogóticas de la Corte Suprema de Londres, vestido de blanco y negro, erigiéndose sobre los micrófonos que se cruzan delante suyo y envuelto en una luz rojiza, evocaba claramente el cartel de V de vendetta en el que aparece V sobre fondo rojo con dos espadas cruzadas, alzándose sobre la efigie de Evey Hammond (Natalie Portman) y miles de ciudadanos anónimos tocados con la misma máscara.

Que los últimos acontecimientos relacionados con Assange se estén desarrollando en Londres refuerza todavía más el paralelismo entre estos dos personajes. Pero es sobre todo el rico, a la par que abierto (algunos dirían caótico), repertorio de elementos subversivos que contiene la película y la novela gráfica original, lo que lo hace tan apropiado para un movimiento líquido (por utilizar el adjetivo de Z. Bauman y hacer referencia al propio nombre de Wikileaks), que se resiste a seguir sistemáticamente alguna de las líneas ideológicas tradicionales. También es resaltable que la dicotomía urbe en contraste con un entorno rural cobra fuerza en las películas distópicas más recientes, en las que las ciudades no son solamente inhóspitas por sus condiciones climáticas, sino por el peligro que supone vivir a merced de las actuaciones tanto de las autoridades como de grupos subversivos violentos. En este sentido, llama la atención un paralelismo entre el personaje de Theo Faron, de Hijos del hombre, y Julian Assange, que quizás pueda pasar inadvertido: en un momento dado, ambos se refugian en casas en el campo, fuera de la gran ciudad.

Menos anecdótica es la similitud, ya identificada y comentada, entre Julian Assange y Mikael (Kalle) Blomkvist, el protagonista en Millenium, la exitosa trilogía de Stieg Larsson. Kalle es un periodista que logra introducirse en los recovecos más oscuros del poder gracias a las dotes de hacker que posee su ayudante Lisbeth Salander. Su personaje tiene bastante del héroe masculino tradicional. Sin embargo, la protagonista Lisbeth, caracterizada también por una estética neogótica y una apariencia andrógina, además de por una personalidad compleja fruto de una inteligencia superdotada y cierta dificultad para las relaciones sociales, representa el antihéroe.

En muchos sentidos, Julian tiene más de Lisbeth que de Mikael: su aspecto frágil, su resaltada inteligencia muy superior a la media, su halo de niño incomprendido o de enfant terrible, etcétera. Que precisamente las autoridades suecas sean las que oficialmente reclaman a Assange es una casualidad que resalta este paralelismo.

Podríamos decir que la imagen de Assange reúne elementos de ambos protagonistas, emergiendo como puente entre la vieja y la nueva generación de activistas. Al igual que Mikael, Julian no está en su primera juventud y es un profesional experimentado, pero, al mismo tiempo, su apariencia le acerca a muchos de los protagonistas más jóvenes de un movimiento que lucha por un nuevo tipo de libertad de expresión y circulación de la información: es la generación que nació a primeros de los noventa. Naturalmente, existen muchas tendencias estéticas entre quienes rozan ahora los 20 años, pero los que se apuntan al ciberactivismo aglutinan aspectos frecuentemente del emo y otros derivados del punk con imaginería gótica y de la sofisticación apocalíptica urbanita del retro-déco-trash-chic de un par de generaciones atrás: la palidez (por la falta de exposición a los elementos), la delgadez (por la ausencia de ejercicio físico y el veganismo que practican algunos) y la androginia, tanto en la apariencia física como la indumentaria, son los elementos más visibles. Otros elementos más fundamentales son la dependencia tecnológica y un activismo (cabe preguntarse si de corte político) basado en la acción individual. Una acción que a menudo se da desde el relativo confort del dormitorio de la casa parental, un Starbucks o la biblioteca de la Universidad -las contradicciones que muchos miembros de generaciones anteriores vemos en este tipo de activismo, ellos no las ven-. En ese sentido, están más liberados.

Assange le pone cara, no solo a Anonymous, sino a todo ese movimiento líquido, cibernético, en gestación, que necesitaba (en eso no es diferente a los movimientos tradicionales) un icono de carne y hueso. Sin entrar a valorar las implicaciones de Wikileaks, ni las dimensiones de este movimiento a cuya vanguardia está la generación de los noventa, Julian Assange, gracias a la estética que se está generando en torno a su persona, parece reunir suficientes atributos como para erigirse en icono revolucionario del siglo XXI y servir de inspiración tanto a movimientos sociales y culturales como a creativos comerciales del mismo modo que lo ha hecho el Che y su venerada efigie por décadas. No es casualidad que la revista Rolling Stone italiana le galardonara con el Premio Estrella de Rock del Año (resaltando además su parecido físico con David Bowie -otro icono de raíces punkis). Es la vendetta de Assange.

Olivia Muñoz-Rojas, La "vendetta" de Assange, El País, 24/01/2011
http://www.elpais.com/articulo/opinion/vendetta/Assange/elpepiopi/20110124elpepiopi_11/Tes?print=1

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