Maig de revoltes.

Entonces, ¿qué distancia a los dos mayos? La diferencia más palmaria radica en que, para sus propios protagonistas, el levantamiento parisiense era una auténtica revolución. Según muchos de ellos, había de ser una revolución política, de corte marxista, con la que el proletariado y sus aliados arrebatarían el poder a la decadente burguesía de la V República. "Solo se hablaba", como subraya Prisca Bachelet, de la Unión de Estudiantes Comunistas en 1968, "de cómo hacer la revolución". Desde este punto de vista, la revuelta parisiense fracasó porque no tomó el poder político. Según expone un antiguo militante, la idea era "antes que nada ocupar el Hôtel de Ville (Ayuntamiento) y, si no se podía ocupar el Hôtel de Ville, quemar la Bolsa. El problema del 68 es que, aparte de las universidades, no nos hicimos con el control de nada; no ocupamos los centros de poder. No ocupar el Hôtel de Ville fue un enorme error". Sin embargo, para otros militantes, mayo del 68 había de ser sobre todo una revolución cultural. Jean-Paul Dollé aspiraba a "una auténtica revolución cultural, pero de verdad. Se produciría un cambio en la forma de pensar, un movimiento filosófico de masas". Como recuerda un colega, "nos decíamos que teníamos que llevar a cabo una revolución del espíritu. El auténtico mensaje era que todo el mundo puede hablar con los demás, que la democracia es libre, que por fin se pueden tener relaciones sexuales. ¡Abajo con la moralidad burguesa!".

Tampoco habría que olvidar que la revolución política de 1968 se inspiraba en las luchas antiimperialistas y anticapitalistas del Tercer Mundo, sobre todo en la guerra de Vietnam, la Revolución Cubana y la guerra de independencia argelina. De hecho, los manifestantes franceses creían que estaban llevando la revolución a la metrópoli, reproduciendo Vietnam, Cuba y los demás conflictos en el corazón de Europa Occidental. Algo que produciría inevitablemente derramamiento de sangre. Alain Geismar, uno de los fundadores de Gauche Prolétarienne (Izquierda Proletaria) y coautor de una obra de título revelador, Vers la guerre civile (Hacia la guerra civil), recalca que "pensábamos que iban a producirse levantamientos populares por doquier, que serían sofocados con derramamiento de sangre". En realidad, ambos bandos recurrieron a la violencia, como demuestran los enfrentamientos entre los estudiantes y la policía, y entre esta y los trabajadores. Por ejemplo, el registrado el 11 de junio en la planta de Peugeot en Sochaux se saldó con 150 heridos y dos trabajadores muertos. El contraste con el 15-M es apabullante. Puede que en parte sus manifestantes se hayan inspirado en las revueltas prodemocráticas árabes y en las estudiantiles de Grecia y otros países, pero no se consideran parte de una revolución mundial contra el capitalismo y el imperialismo. Tampoco son fundamentalmente antisistema, como demuestran sus principales reivindicaciones: reforma electoral, castigo a los políticos corruptos, rendición de cuentas y transparencia. Además, Democracia Real Ya no ha recurrido a la violencia. Más bien es difícil imaginar una "revolución" más pacífica y fundamentalmente cívica.

Para terminar, el mayo parisiense de 1968 tenía tanto que ver con las formas de vida como con las tradiciones políticas marxistas. Muchos militantes se afanaban por reinventar la política de una manera novedosa e imaginativa, haciendo que el cambio personal fuera también político: cambiar uno mismo era también cambiar el mundo. Así, Roland Castro, dirigente de Vive la Révolution, calificó a su grupo de "libertario, libertino". Daniel Cohn-Bendit afirma incluso que "el movimiento quería cambiar más las formas de vida que al Gobierno". Sin negar la vertiente liberadora y festiva del 15-M, hay que decir que, cuatro décadas después, las aspiraciones del 68 en lo tocante a las formas de vida se han revelado en gran medida irrelevantes.
Si tenemos en cuenta que no logró su principal objetivo político y que fue incapaz de consolidarse desde una perspectiva organizativa o institucional, Mayo del 68 fue un "fracaso". Esto no solo se debió a las tensiones entre los que buscaban cambios políticos o de formas de vida, sino a las que había entre estudiantes y trabajadores, ya que estos no compartían los objetivos revolucionarios de aquellos. El resultado fue un movimiento que, profundamente dividido, se componía de grupos, redes y aspiraciones enfrentados.

Visto en perspectiva, ¿qué puede aprender el 15-M de mayo del 68? En primer lugar, sería vital que cristalizara en propuestas claras y concretas. La indefinición y la incoherencia sobre cuestiones fundamentales no harán más que perjudicar a la credibilidad y la eficacia del movimiento. Una consecuencia esencial sería la continuidad organizativa, que también implica la existencia de algún tipo de liderazgo colectivo o individual, probablemente básico para garantizar la cohesión, la identidad y la búsqueda de una meta común para el 15-M. Finalmente, yo le sugeriría al movimiento que, para conservar el favor popular, no se quede más de la cuenta en el centro de las ciudades. Con frecuencia se olvida que en Francia los acontecimientos de mayo de 1968 suscitaron una reacción tan virulenta que en las elecciones de junio los conservadores de De Gaulle obtuvieron el 75% de los escaños. Seguramente, lo último que querría el movimiento del 15-M es sufrir un destino similar y ser conocido, por tanto, como "el nuevo Mayo de 1968".

Nigel Towson, El 15-M, ¿un nuevo Mayo de 1968?, El País, 06/06/2011 

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