Grècia i la desobediència civil.



A través de su escandalosa obra satírica Aquí no paga nadie (Non si paga! Non si paga!, en el original), el dramaturgo Dario Fo incitaba a la audiencia a repensar sus responsabilidades políticas. Durante los dos últimos años, Grecia ha asistido a una aplicación espontánea del título de Fo. Comenzó en las carreteras de la nación, cuando los conductores se negaron a detenerse en los peajes, exigiendo que se les permitiese atravesar las barreras sin pagar. Su desafío fue impulsado por la aparición de reportajes en los que se informaba de que el Gobierno anterior había vendido los futuros ingresos de los peajes a inversores privados usando complejos productos financieros derivados que se habían negociado con el banco Goldman Sachs. La idea de que el dinero que los conductores griegos deberían pagar al Estado durante los próximos años para mantener las carreteras había sido usurpado por políticos y financieros despertó la ira que impulsó estas protestas.

Más tarde llegaron los continuos atracos contra los ahorros menguantes de la población decididos por un Gobierno al que el pánico ante su propia bancarrota le ha llevado a perder cualquier sentido del decoro. Todos los hogares, también los de bajos ingresos, han recibido notificaciones fiscales en las que se les exige impuestos adicionales con carácter retroactivo; sin ninguna justificación, y de una forma que cualquier tribunal decente habría declarado ilegal. Y cuando, como consecuencia de la destrucción de empleos y de los recortes salariales, a mucha gente le resultó imposible realizar estos pagos, ¿qué se le ocurrió hacer a este Gobierno socialista? El brillante plan de implantar nuevos impuestos, esta vez a través de la factura de la electricidad, con la que se chantajeaba a familias a las que se les decía que si no soltaban la pasta, tendrían que cocinar con carbón de las estufas mientras sus hijos harían los deberes iluminados con velas.

En este clima de quiebra total del contrato social entre el Gobierno y los gobernados, a los ciudadanos les resulta fácil decir que la justicia requiere desobediencia fiscal y civil. Este movimiento no comienza como algo político. El no voy a pagar es sobre todo el resultado de una triste y simple incapacidad para hacer frente al desembolso de más tasas. Pero cuando el Estado reacciona con agresividad y sin escrúpulos, la ira se acumula y, espontáneamente, toma la forma de un entusiasmo moral para desafiar al Estado depredador.

Es probable que no ayude a resolver nada. Pero por lo menos la desobediencia de la que estamos siendo testigos en todas partes, desde los patios de las escuelas de la nación a los peajes en las autopistas, desde la sede de la empresa eléctrica a la plaza Sintagma de Atenas frente al Parlamento, bien podría ser el único recurso que tienen los ciudadanos para reclamar parte de su dignidad robada.

Yanis Varufakis, El último recurso de la dignidad robada, El País, 25/10/2011

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