L´exaptació.


He aprendido en el último número de la revista Yorokobu (marzo, 2012) una palabra que da cuenta de la realidad actual con extraordinario tino.

La palabra es “exaptación” y se emplea en biología para referirse a una estructura orgánica que hallándose dirigida originariamente a cumplir una función, el paso del tiempo la modula para desarrollar otra. El ejemplo que se cita es el del oído de los antiguos vertebrados: de estar destinados a registrar los sonidos fueron evolucionando hasta convertirse en branquias.

El punto final parece no tener nada que ver con el principio, pero una línea sutil une sus funciones y sus almas. Del oído que actúa, digamos, como un sumidero del ruido y le otorga sentido volcándolo en el interior de la cabeza, se pasa a la branquia que es como el aspirador de un exterior filtrado dentro de la cabeza como material decisivo.

A otro nivel, los fármacos han sido especialmente ejemplares en cuanto a la “exaptación”. Dilatores vasculares contra la hipertensión como el Minoxidil o la Viagra se emplean ahora no para bajar las medidas sino para incrementarlas en el terreno de la alopecia y la sexualidad.

Parecería imposible que algo deprimente fuera capaz de mutar en un quehacer exultante pero la “exaptación” proporciona esta paradoja que o bien regala un producto añadido o bien crea un artefacto tan impensado como benéfico.

Toda la teoría económica y moral del reciclaje se relaciona con este fenómeno, insignia central de nuestro tiempo. Los miles de millones de basuras que se producen en el mundo y se dirigían antes hacia la nada dan la vuelta y regresan transformadas en elementos más o menos familiares o abstrusos, que alteran la fisonomía y el saber del mundo.

El plástico que vuelve hecho bolsa de plástico desde otra bolsa de plástico hace patente la tremenda idea de la reencarnación. El neumático que reciclado vuelve en forma de cinturones y bolsos de moda expresan el potencial redentor que encierran aun las cosas más modestas.


Por otra parte, de esta misma naturaleza redentora son todos los movimientos ideológicos que rebuscan en los contenedores para obtener limpio provecho del desecho. Y de este carácter ético y hasta revolucionario fueron los cachivaches que impulsó Ivan Illich en su centro de Cuernavaca y que sirvieron para hacer ver, hace más de cincuenta años, el enorme valor que podía extraerse de las pérdidas.

El ojo que se anega de opulencia perece en la masa de lo mismo. El ojo que intencionadamente mira en los residuos y fisuras halla, sin embargo, un mundo de intrigas prácticas o inteligentes. En los tiempos de erección (del pelo, del pene, del beneficio empresarial) no hacía falta mirar mucho más allá. Los elementos se comportaban de acuerdo a las expectativas.

Sin embargo, el fallo inesperado delata la posible existencia de una mina interior. En el fondo de esta Gran Crisis yace, efectivamente, una mina fatal, una causa imposible de analizar cuando el orden provoca opacidad y resistencia. Todo fallo, todo desorden, cualquier disfunción plantea siempre una pregunta al sistema. Y a la farmacología y al ingenio. No podemos saber en qué se convertirán nuestros actuales fracasos como tampoco pudo predecirse en qué irían a parar los oídos de los primeros vertebrados, pero una esperanza parte de estos destrozos, alguna presencia nueva nace de la evanescencia.

De hecho, los muchos movimientos de bricoleurs actúan hoy como patrullas de un bricolage mundial que recuerda el avance histórico de los pueblos observados por Lèvi-Strauss. Del informe montón de escombros surge, mediante la necesidad motora, una nueva ciudad, un nuevo hogar, un sentido nuevo.

Será pues vano desesperar ante la hecatombe. Una fuerza interna, conectada con la energía de nuestra pobre y firme especie humana, convertirá el derrumbe en edificio, la disfunción en erección y la sordera en una branquia transversal por donde respirará y nadará el mundo.

Vicente Verdú, Las branquias del mundo, El País, 10/03/2012

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