Les particularitats de les mans humanes.


Nuestros dedos pueden parecer tan rápidos y diestros que se diría que tienen planes y opciones propios. Pero, como han descubierto últimamente los científicos que estudian la mano humana, la apariencia de independencia digital es engañosa. 
No solo están el anular y el meñique unidos por un tendón compartido; las mediciones de patrones de activación neuromuscular muestran que todos los dedos, incluidos los que tienen una mayor autonomía estructural, el pulgar y el índice, son altamente sensibles a cada flexión y movimiento de los dígitos vecinos.
“Incluso cuando pensamos que estamos moviendo un solo dedo”, señala Marc H. Schieber, catedrático de neurología y neurobiología de la Facultad de Medicina de la Universidad de Rochester, en Nueva York, “en realidad controlamos la mano entera”.
¿Un pianista? “La gente suele pensar que, como está tocando una sola tecla, debe de estar moviendo un solo dedo para pulsarla”, decía. “Pero en realidad todos los dedos están en movimiento todo el tiempo”.
¿Un mecanógrafo? Por cada pulsación, hay un movimiento de cada dedo. “Algunos de los movimientos son para pulsar una tecla”, explica Schieber, “otros para volver a levantar los dedos y apartarlos de la tecla, y otros para mantenerlos separados de ella”.
¿Necesita una prueba? Coloque la palma de la mano hacia arriba, con los dedos abiertos, e intente doblar el dedo meñique hacia adentro sin doblar los nudillos de ningún otro dedo. ¿Puede hacerlo?
El cerebro también trata las manos como herramientas unificadas. Los científicos han demostrado que nuestras manos empiezan a asumir la configuración necesaria tan pronto como el cerebro inicia una actividad, tal vez incluso un micromomento antes. Si tratamos de agarrar una botella de agua, la mano se ahueca.
Para asir un bolígrafo, el pulgar, el índice y el corazón —maestros de las manipulaciones motrices más precisas— forman una tenaza, mientras que el anular y el meñique (importantes para objetos más grandes) se mantienen al margen.
El pulgar es lo que distingue nuestras manos de las de otros simios. Pero no por ser oponible —los simios y muchos monos tienen pulgares oponibles—, sino por ser excepcionalmente largo, fuerte y flexible. “Esto nos permite apretar fuertemente un objeto, en mucha mayor medida que un chimpancé”, explica Stephen J. Lycett, antropólogo de la Universidad de Kent, Inglaterra.
“Cuando perdemos un pulgar, perdemos la mitad, si no más, de la funcionalidad de la mano”, explica Lynette Jones, especialista de la mano del Massachusetts Institute of Technology. Esta es la razón por la que las personas que pierden un pulgar suelen optar por que se les transplante otro dedo de la mano o el dedo gordo del pie
Pero el hacendoso dígito paga un precio por su diligencia. Según Steven J. Mccabe, expresidente de l a Asociación Estado - unidense de Cirugía de la Mano, en EE UU casi todo el mundo acaba con a rtritis en la base del pulgar cuando se acerca a la tercera edad.
La mano humana sirve para asir herramientas y para busca r i nformación, y tiene tantos sensores integrados que se la ha comparado con la fóvea de la retina, la parte del ojo con mayor concentración de receptores de luz. La piel sin vello de cada mano alberga cerca de 17.0 0 0 meca no - rreceptores, terminaciones ner v iosas especia lizadas que pueden detectar pequeñas vibraciones, cambios de presión, bultos microscópicos y el toque de la pata de un mosquito. “Si queremos saber l a textura de algo, distinguir la seda del poliéster”, comenta Jones, “lo tocamos con las manos”.
También tienen muchos huesos: los 27 de la mano y la muñeca representan la mayor concentración de huesos interconectados en el cuerpo, señala Mccabe. Es más, las relaciones entre los huesos de los dedos que no son el pulgar coinciden en mucha gente con la secuencia de Fibonacci, una relación numérica que se ve en otras formas espirales de la naturaleza como la concha del nautilo, la cara de un girasol y el huracán. “Si agitamos los dedos en cascada”, señala Mccabe, “podemos ver la curva espiral en funcionamiento”.
Cómo y cuá ndo obtuv imos nuestras manos sigue siendo un animado campo de investigación y debate. Jonathan Kingdon, de la Universidad de Cambridge, sostiene que hace entre siete y nueve millones de años, mucho antes de que arraigara la bipedación, las manos distinguían a nuestros antepasados de los simios, y permitían a los prehomínidos buscar comida con destreza y distinguir unos alimentos de otros.
En un informe de 2010 publicado en Evolution, investigadores de la Universidad de Calgary, en Alberta, sostenían que la bipedación vino primero, y que los cambios en el pie y los dedos del pie humanos necesarios para mantener una postura erguida nos dieron casualmente las proporciones características de los dedos.
Más recientemente, Lycett y Alistair Key insinuaban en The Journal of Archaeological Science que lo más probable es que nuestras manos sean parte de un bucle coevolutivo genético. Según este razonamiento, a medida que nuestros antepasados empezaron a manipular las primeras herramientas de piedra, estas se convirtieron en una fuerza selectiva que favorecía a aquellos individuos cuyas manos podían usarlas de manera más eficiente.
Y las manos siguen evolucionando, con margen para mejorar. Por ejemplo, cuando podamos deshacernos de la artritis del pulgar.

Natalie Angier, Una herramienta unificada y precisa de cinco dígitos, The New York Times, 15/03/2012

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