La bellesa i el gust.

Lo que sucede con la belleza es bastante desolador. Siendo bonito un objeto, a unos puede parecerles bello y a otros, no. En consecuencia, lo bello sería como un factor relativo. Un sí o un no. O también, más ampliamente, un sí y un no a la vez.

Desde este punto de vista, la belleza se asocia demasiado con el “gusto” y, de este modo, así como hay gentes que odian los pimientos y otros no, la belleza ingresaría en el mundo general de la gastronomía y la mesa del comedor. A unos les gusta esto y a otros, no. O más directamente: a unos les produce placer este lienzo o este plato y a otros les lleva al desdén ese cuadro o ese estofado.

Bajo las normas académicas, un cuadro, una escultura, un drama o una sinfonía eran más o menos buenos y bellos. Pero desaparecidas las normas, el gusto ocupa el lugar de la regla y lo feo se conmuta con lo sublime. En todas estas ecuaciones desaparece la sutileza y, con su evaporación, la oportunidad de la elegancia de espíritu. (...)

Tratar la belleza o tratar con la belleza mueve de inmediato a la máxima excitación. La belleza afecta. No solo nos sacude el afecto sino que, como un fuerte amor, nos infecta, alza al erotismo por encima de todas las cosas ya sea a través del fervor, la fe o el crimen. Desde la sexualidad se llega a casi todas partes pero las partes de la sexualidad que más se enardecen son las que la belleza suscita.

Como dice el programa en que se anuncia el ciclo del Reina Sofía (La belleza. Modos contemporáneos de uso artístico), lo bello-bello dejó de ser un mandato en la idea de creación. La libertad del artista, su gusto libre lleva a la apertura de un espacio (moral, mercantil, crítico) donde incluso el adefesio podría valer más. Y llegó el momento —no hace mucho— en que los galeristas, los comentaristas y los profesores empezaron a referirse a las obras destacables no tanto como “bellas” sino como “interesantes”.

¿Y qué significaba que esa obra resultara interesante? Ante todo que resultaba difícil de alinear. En general, todos hallaron en la nómina de “lo interesante” la fórmula para conciliar lo bello con lo feo, lo placentero con lo nauseabundo, lo tradicional con lo nuevo y el sí con el no.

¿No será pues posible decir hoy que algo es bello “objetivamente”, independientemente del objetivo? Pues claro que sí. Quien diga que no, no vale siquiera para elegir el coche o la ropa.

Una legión de gentes sin oído hablamos de música. Un sinfín de mirones hablamos sobre pintura. En definitiva, no importa tanto poseer un oído absoluto o una retina de seda para dirimir. La belleza tiene más que ver con ciertos vicios candentes del alma, tal como el zahorí tiene que ver con los espasmos que proceden del agua. En ambos casos, sin embargo, no es visible esa facultad especial y de ahí que haya tantos farsantes e impostores.

Aunque también esto explica, en sentido contrario, que brote tanto gozo en determinados seres que, sin necesidad de licenciaturas, se sienten felizmente aupados por el estallido de una bomba interior desde donde la belleza personalmente, naturalmente, les grita.

Vicente Verdú, La estética y el estofado, El País, 15/09/2012

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