Edip, mite i tragèdia.


El detective descubre al final al asesino: es él mismo. El prestigioso rey sabio se revela como un ignorante: no sabía quién era ni de quién era hijo. El que se presentó como justo vengador del asesinato de su padre debe ejecutar la venganza, al descubrirse único culpable del antiguo crimen. También es él quien se juzga y se castiga. El héroe que salvó a la ciudad eliminando al monstruo feroz que la asediaba va por segunda vez a salvarla: será con su destierro. El rey que conquistó el trono de Tebas con su saber y audacia, aclamado como héroe vencedor que obtiene, en premio por su triunfo, la mano de la reina, descubre al cabo de un tiempo que, sin saberlo ni él ni ella, ha matado a su padre y comparte el lecho incestuoso con su madre. Esa es la dramática e inquietante trama que protagoniza Edipo. Un mito que, desde su lejanía, reclama la versión trágica.

Quien resolvió el enigma de la Esfinge fue, para sí mismo, en definitiva, un oscuro enigma. En una de las más atrevidas recreaciones modernas del mito, La máquina infernal de J. Cocteau, una obra de título muy significativo, la espantosa y astuta Esfinge, medio leona, medio mujer alada, no se suicida una vez que Edipo ha acertado la respuesta al enigma –pues en esta versión dramática ella misma le ha sugerido la solución–, sino que se asombra de la ingenuidad del joven héroe, al verle alejarse rumbo a Tebas, ufano e inconsciente de su destino, que no es sino una trampa trágica urdida acaso por los dioses. Esa versión es una posible interpretación de la trama edípica: parece un buen ejemplo de que nadie escapa a su destino. De acuerdo con la profecía del famoso oráculo,

Edipo actúa fatalmente: en efecto, tal y como parece fatal que ha de terminar ocurriendo, matará a su padre y se casará con su madre. ¿Están detrás de la escena los dioses? ¿Es Apolo, el ambiguo dios de Delfos, el que en el drama de Sófocles impulsa la investigación del crimen, un actor en la sombra? ¿Hasta dónde llega la libertad de Edipo? Entre el mito y la tragedia hay distancias muy significativas. y, con el tiempo, las representaciones del mito varían tremendamente. Desde Freud los lectores modernos han rastreado en las figuras del mito intrigantes aspectos simbólicos. Así, el encuentro con la Esfinge, por ejemplo, que es la gran hazaña singular de Edipo, no tiene un gran papel en la tragedia de Sófocles. Pero la terrorífica fiera, que, según Jung, es un símbolo o arquetipo de la «Madre Terrible», «una furia de libido incestuosa», aparece dibujada en algunos vasos de la cerámica del siglo v a.C., sentada y dialogando amablemente con un Edipo reposado –con sombrero y bastón de viajero–, sin que nada advierta de su tremenda ferocidad ni de su feminidad perversa y agresiva, rasgo en cambio que será muy destacado en las representaciones pictóricas, de cuño romántico, del siglo xix. En el fondo está siempre el mito; después, la tragedia, puesto que la de Edipo es una trama que se presta como ninguna al tratamiento dramático; finalmente, la larga serie de reflejos que proyectan uno y otra. Se trata de un relato muy conocido, recontado mil veces, pero al que todavía podemos volver, por su impresionante e intrigante sabor mítico.

Carlos García Gual, Enigmático Edipo. Mito y tragedia, FCE, Madrid 2012

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