Quatre perspectives sobre la corrupció.

El lunes pasado tuvo lugar en Madrid un interesante debate sobre el problema de la corrupción. Lo promovió el Círculo Cívico de Opinión (del que soy miembro) con motivo de la elaboración del documento “Corrupción Política” (puede leer el documento íntegro pinchando aquí) y contó con la presencia de Victoria Camps, Catedrática de Filosofía Moral y Política, Santiago Muñoz Machado, Catedrático de Derecho Administrativo, José María Serrano Sanz, Catedrático de Economía Aplicada y Fernando Vallespín, Catedrático de Ciencia Política, moderados por Iñaki Gabilondo.


Lo más interesante fue la confluencia en el debate de cuatro perspectivas complementarias sobre la corrupción: la ética, la jurídica, la económica y la política. Cualquier de ellas explica por sí sola la corrupción y su persistencia pero es la conjunción de las cuatro la que explica tanto su extensión como la dificultad de erradicarla completamente.

La primera es la dimensión ética: más allá de la forma política (dictadura o democracia), la corrupción se origina en la inmoralidad individual. El sistema puede incentivarla o penalizarla pero, no está nada de más el recordatorio, la corrupción existe primero y ante todo porque hay individuos corruptos. “El derecho” recordó Victoria Camps, “no está para hacer buenas a las personas”, es decir, pueden mejorarse mucho las leyes y los mecanismos legales para que se cumplan, pero siempre habrá zonas grises donde el individuo tendrá que decidir si cumplir o no cumplir. Esa dimensión ética también alcanza a la sociedad: si la corrupción existe es también porque en ocasiones existe “complicidad social” con la corrupción: se reelige a políticos corruptos porque son “de los nuestros” o porque los de los demás son más corruptos. Todo ello refleja una sociedad con un ethos débil, es decir con valores débiles y no compartidos por todos.

La segunda dimensión es la legal. Como señaló Santiago Muñoz Machado, las administraciones públicas pueden ser un incentivo a la corrupción. Por un lado, regulan hasta el más mínimo detalle y plagan la vida económica de permisos, autorizaciones y licencias, lo que supone dotarse de una capacidad de poder arbitraria sobre los ciudadanos y empresas, que intentará zafarse de la lentitud y exigencia de la Administración. Por otro, las propias administraciones, conscientes de la maraña que crean, deciden eximirse a sí mismas de las regulaciones que han aprobado y crean entidades de todo tipo para funcionar con normas más flexibles y opacas. No necesitamos más leyes para luchar con la corrupción, sino mejores leyes, que se apliquen más rápidamente y que liberan a los administrados de la arbitrariedad, sostuvo Muñoz Machado
La tercera dimensión es la económica. La corrupción, expuso José María Serrano, tiene un elevadísimo coste para la vida económica de un país y su reputación internacional. Desincentiva la inversión extranjera, crea una clase rentista interesada en cerrar los mercados e impedir que la Administración sea transparente y eficaz, consolida una cultura de la subvención y de la concesión. En España, expuso, la corrupción no es generalizada, pero sí muy intensa en algunos sectores como el urbanismo y los contratos públicos, lo que abre la vía para la corrupción política.

Y ahí está la cuarta dimensión, la política, que tiene ver específicamente con la cultura política de un país y su sistema político. Hasta la fecha, señaló Fernando Vallespín, la cultura política de los españoles no ha sido muy exigente en materia de ética política y asunción de responsabilidades. Esta crisis podría estar dando lugar a un mayor nivel de exigencia y, en ese sentido, a la igualación progresiva de España con otros países de su entorno donde la ciudadanía es mucho más exigente. ¿Vamos a un régimen escandinavo de tolerancia cero, con la corrupción, inquirió? Claro que los partidos políticos son los principales agentes de la corrupción política, señaló Vallespín, pero la existencia de una “ciudadanía vigilante” que impida que se mancille su honor democrático y exija su reparación a los políticos.

Como los cuatro jinetes del apocalipsis, los cuatro jinetes de la corrupción son: individuos inmorales, administraciones públicas tramposas, empresarios rentistas y partidos políticos opacos. De ahí que, para dejar atrás la corrupción necesitemos: una mayor autoexigencia individual, un Estado eficaz, empresarios que quieran competir y partidos políticos abiertos. Nada más, y nada menos.

José Ignacio Torreblanca, Los cuatro jinetes de la corrupción, Café Steiner, 24/04"013

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