Què ens queda del maig del 68?
¿Cuándo acabo el Mayo del 68?, le preguntaron a Daniel Blanchard,
agudo observador y participante en dichos acontecimientos. En Junio del
68, afirmó. La respuesta tenía algo de broma, y algo de cierto: la
energía se perdió en gran parte en cuando acabó la movilización.
Sabemos que fue el síntoma de una transformación a largo plazo. El
primer aspecto que reivindicaban era el fin de las instituciones
jerárquicas. La sociedad era muy autoritaria en todos los ámbitos de la
vida cotidiana, desde la familia (patriarcal) hasta política (el
Presidente de Gaulle o su reverso, el PC francés) pasando, por supuesto
por las instituciones educativas. Podemos preguntarnos ahora si en estos
cuarenta y cinco años hemos ganado algo en este sentido. La respuesta
es ambigua, ambivalente.
Jacques Lacan decía que hemos pasado
del Discurso del Amo al Discurso Universitario. Ya no son poderes
autoritarios, personalizados, patriarcales. Son poderes tecnocráticos,
de espertos y gestores, de evaluadores anónimos. Gilles Deleuze hablaba
del paso de la sociedad disciplinaria a la sociedad de control. Michael
Foucault es quien lo trabajó más, aunque murió a medio camino. Entendió
que las sociedades disciplinarias que había estudiado en su célebre
texto Vigilar y castigar se estaban transformando en formas de
gobiernos que jercían el poder indirectamente. Nikolás Rose lo ha
desarrollado más en sus estudios sobre neoliberalismo social. Vargas
Llosa, que es un liberal conservador, decía que Mayo del 68 había
provocado la crisis de valores y autoridad que vivimos. Es cierto. El
patriarcado ha caído y con él la autoridad, tal como nos mostraba el
psicosociólogo Gerard Mendel en su excelente análisis histórico de la
autoridad. Cuando cae el patriarcado en la sociedad moderna la autoridad
en todos los ámbitos tambalea. La sociedad es hoy más liberal en todos
los aspectos, esto es lo que se ha ganado : derechos de la mujer, de los
niños, de los homosexuales, de las minorías raciales y étnicas...
El
otro aspecto que reivindicaban era la felicidad, la alegría. Contra las
pasiones tristes contra el malestar, contra la infelicidad. Aquellos
jóvenes veían (veíamos) que la forma de vida de nuestros padres, que la
generación que heredábamos no era una sociedad de personas felices. Y
que el consumo como expectativa solo generaba insatisfacción. La
felicidad, ya lo sabemos, es una cosa muy compleja y que solo puede
medirse en términos subjetivos (objetivarla es uno de los aspectos de la
biopolítica, que también nos dice como ser felices). Pero aquellas
gentes no parecían muy felices y queríamos otra vida, intentarlo de otra
forma. Quizás tenía algo de ingenuidad porque como decía el viejo y
sabio Freud la civilización comporta represión y por tanto malestar y
nadie está dispuesto a negar las ventajas de un mundo civilizado. Pero
aún aceptando esto podemos aspirar a un grado de felicidad y no
conformarnos con ser víctimas de unas costumbres y una manera de vivir
con la que no nos identificábamos. Podemos preguntarnos también si
cuarenta y años años después, en las llamadas sociedades avanzadas,
somos más felices. Y yo también diría que no. La sociedad cada vez
parece producir más infelicidad y la depresión tiene características de
plaga social, añadida a otras como al anorexia, las adicciones... Parece
cumplirse la fatal predicción de Nietzsche cuando decía que lo que
llegaría si no eramos capaces de transformar los valores, era el
nihilismo del último hombre. Aquí Nietzsche señalaba una cuestión
central que era que para vivir intensamente, para querer vivir hay que
aceptar el dolor y la muerte. Y no aceptamos ni una cosa ni la otra, por
lo cual nos convertimos cada vez más en individuos que lo único que
quieren es no sufrir y negar la propia finitud, la propia muerte. Y el
precio es vivir a mínimos y guiados por una sociedad que cada vez nos
ofrece más servicios para ser un rebaño que tiene la vida cada vez más
reglamentada y que va desde los objetos tecnológicos hasta el turismo de
masas, que por otra parte crean cada vez nuevas y mayores obligaciones
para todos los que componemos, mal que nos pese, este rebaño.
Podemos pensar entonces que lo que vale la pena recoger de aquel
movimiento es la lucha por la autonomía y la lucha por la felicidad.
Esto, mal que nos pese, no es solo incompatible con el autoritarismo o
las costumbres represivas ya que como bien nos recuerda Zizek ahora el
imperativo es que hay que gozar. Con lo que es realmente incompatible es
con el capitalismo. Ya sé que no conocemos alternativas globales y las
que se han ensayado han fracasado pero hay que introducir una lógica
diferente a él para conseguir el máximo de felicidad colectiva y el
máximo de autonomía personal. Como ya vieron bien los jóvenes del Mayo
del 68 con sus consignas anticapitalistas lo que nos ofrece el sistema
es un engaño : una satisfacción aparente a través del consumo que no es
felicidad y un individualismo que no es autonomía real.
En todo
caso vale la pena no olvidarlo y buscar algo mejor que lo que tenemos.
Estos valores de los que hablo, no lo olvidemos, sí son muestras del
Progreso, que nos es otra cosa que lo que ganamos colectivamente en
felicidad y en libertad. Es incompatible con el capitalismo.
En
estos momentos de crisis intentemos recuperar algo de esta lucha por la
autonomía y la felicidad que no pase por querer recuperar el consumismo.
No olvidemos tampoco que como planteaba Claude Lefort, también
vinculado al movimiento, que las dos salidas al vacío de poder de las
sociedades tradicionales son la democracia y el totalitarismo. Son las
dos opciones que hoy podemos ver más claras en la crisis que vivimos del
Estado oligárquico liberal que nos ha gestionado estos años.
No
olvidemos tampoco que el capitalismo ha sobrevivido perfectamente a
esta crisis de autoridad. Todo lo sólido se desvanece, decía Marx
refiriéndose al capitalismo. Se equivocaron los que decía que la crisis
de la familia patriarcal autoritaria sería el fin del capitalismo. El
capitalismo sobrevive con parejas gay, con mujeres emancipadas y mucho
más. Es la lógica del aumento incesante del capital y la
mercantilización generalizada lo que lo define. Y se adapta muy bien a
los cambios sociales. No será esto lo que lo matará.
Luis Roca Jusmet, Mayo del 60: 45 años después, Rebelión, 12/05/2013
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