La tragèdia del bé comú.


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La policía arresta a dos sospechosos de un delito, los aísla y les propone a cada uno el mismo trato: "Si confiesas y tu cómplice opta por no hablar, a él le caerán 10 años de cárcel y tú saldrás libre. Pero si él confiesa y tú decides no hacerlo, la condena será para ti y la libertad para él. Aunque si los dos decidís no soltar prenda, tendremos que dejaros ir tras un breve arresto. Y, si ambos confesáis, los dos seréis condenados a seis años".

El dilema del prisionero es una fascinante y siniestra paradoja muy conocida y estudiada de la teoría de juegos en la que los detenidos tienden a confesar ya que, sea cual sea la elección del otro, el castigo siempre se reduce confesando. Desafortunadamente para ellos, ambos optan por traicionarse y los dos reciben largas condenas. Un resultado conocido como subóptimo.

Este dilema muestra que aunque desde la perspectiva del grupo lo mejor sería cooperar, el egoísmo racional les lleva a no hacerlo. Un comportamiento del que existen abundantes ejemplos en la actualidad y que sirve para ilustrar la tragedia de lo común,un concepto creado por el biólogo Garrett Hardin en 1968 y que podría resumirse en esa frase tan interiorizada en nuestra escala de valores: lo que es de todos, no es de nadie, ¿por qué no tirar el papel al suelo si el que viene detrás va a hacer lo mismo?

Hardin lo explicaba con familias de ganaderos propietarias de animales que han de compartir un pasto común. Así que cuando se plantean añadir un animal más a su rebaño ponen en la balanza los beneficios propios de hacerlo (+ 1) y, al otro lado, los perjuicios que el sobrepastoreo tendrá para la comunidad y para uno mismo. Pero como en este caso las consecuencias se reparten entre todos, la utilidad negativa para cada ganadero que tome esta decisión será solamente una fracción de -1. Por eso, según Hardin, el fiel siempre se acaba decantando por agregar más animales y con ello se arruina el pasto de todos.

Desde que Hardin publicó en Sciencie su artículo The tragedy of the common,la situación no ha dado signos de mejorar y lo común - el agua, las reservas de pesca, los bosques, la línea de costa o el mobiliario urbano- han continuado soportando una presión insostenible. En este contexto, resulta muy esclarecedor el último ensayo de Jared Diamond, Colapso,donde habla sobre cómo las sociedades escogen fracasar o tener éxito. El geógrafo cita la tragedia de lo común y el dilema del prisionero para mostrarnos cómo en el pasado distintas sociedades humanas, conforme a las decisiones que han tomado en momentos de crisis, han logrado preservarse o han seguido el camino de la extinción. Los paralelismos con el presente resultan inquietantes.

Diamond presenta los casos catastróficos de la isla de Pascua, la Groenlandia nórdica y la cultura maya, y los compara con la civilización de las islas Pitcairn y Henderson, los inuit, los groenlandeses e Islandia. ¿Por qué las primeras se extinguieron y las segundas lograron sobrevivir? De acuerdo con Diamond -que logró el premio Pulitzer con su primer ensayo sobre las causas de la riqueza de los países desarrollado, Armas, gérmenes y acero-,son cinco los factores que influyen en la posible extinción de una sociedad: el ataque de enemigos, la pérdida del apoyo de sociedades amigas, el cambio climático, el impacto social, político o religioso debido a estos cambios y el impacto humano en el medio ambiente. Uno sólo de estos factores es capaz de desencadenar una catástrofe, pero no cabe duda de que la combinación de dos o más constituye un peligro inminente para cualquier sociedad.

El conocido ejemplo de Pascua, aislada del resto del mundo, con unos recursos alimenticios y acuíferos sumamente magros y, en especial, dominada por una sociedad dividida en la que primaba la competencia por construir estatuas cada vez más grandes, se antoja una metáfora de nuestro planeta. Porque, de entre los distintos factores que llevaron a su decadencia, sobresale la irresponsable acción humana sobre el medio ambiente.

En su afán por erigir monolitos más impresionantes que los de sus vecinos, sus habitantes no dudaron en arrasar por completo los árboles de la isla, en especial con una variedad de planta gigante de la que dependía la estabilidad de su ecosistema. Y Diamond concluye que, al igual que los antiguos habitantes de la isla de Pascua, nosotros tampoco podríamos escapar de la Tierra en caso de una catástrofe semejante.

"Si yo atrapo ese pez o no dejo que mis ovejas coman esa hierba - escribe Diamond-, algún otro pescador o pastor lo hará de todos modos; de manera que no tiene ningún sentido que me abstenga de abusar de la pesca o el pastoreo". La conducta racional correcta consiste en explotar entonces el recurso antes de que pueda hacerlo el siguiente consumidor, aun cuando el resultado final pueda ser la destrucción de lo común y, por tanto, el perjuicio para todos los consumidores. En realidad, aunque esa lógica ha desembocado en que muchos recursos comunitarios han acabado explotándose en exceso hasta quedar eliminados, otros han perdurado tras haber sido explotados durante cientos o incluso miles de años.

¿Exagera Diamond en su diagnóstico? Desde el campo de la defensa medioambiental no faltan cada día voces que le dan la razón o presentan un escenario todavía más preocupante: "Este planeta alberga de 20 a 100 millones de plantas diferentes - explica el naturalista Joaquín Araújo, autor de Ecos... lógicos, para entender la ecología-,el 25% de esta inmensa riqueza está en peligro. Cada día, y desde hace decenios, de una hasta tal vez 140 especies se despiden para siempre expulsadas por evitables actividades humanas. Un ritmo que se debe comparar con la media de una extinción al año que ha sido la norma desde que existe vida en el planeta. El consumo exacerbado está en la base del problema: a la velocidad actual, el colapso está literalmente garantizado antes de medio siglo".

La botella medio llena
Pero no faltan voces de prestigio que critican al geógrafo el poner énfasis en la botella medio vacía. Uno de ellos es Gregg Easterbrook, que desde The New York Times considera que Diamond escribe unos libros "extraordinarios en erudición y originalidad", pero que además "dicen exactamente lo que la cultura posmodernista quiere oír". ¿Estamos agotando el planeta y todo se vendrá abajo de repente? "No necesariamente - considera Easterbrook-. La deforestación de Estados Unidos, terrible en el siglo XIX, se reinvirtió en el siglo XX. Y nuestro consumo actual de petróleo, observado por analistas hace cien años, sería considerado imposible. En suma, Diamond, no hay para tanto".

Ni siquiera especialistas como Partha Dasgupta, profesor de Economía de la Universidad de Cambridge y una de las figuras más relevantes de la economía ambiental (que ha defendido en la mayor parte de ocasiones posturas conservacionistas), se muestran de acuerdo con Diamond. Dasgupta considera brillante su análisis sobre las causas del colapso de diferentes sociedades a lo largo de la historia, pero critica con dureza sus especulaciones sobre el futuro de las sociedades humanas.

El economista esgrime dos razones: la extensión directa y simple al futuro de las condiciones del pasado, y el no incluir los beneficios que originan los daños ambientales en el análisis. Por ejemplo, para Diamond, los fertilizantes son sólo fuentes de contaminación, pero no contempla las enormes ganancias en términos de producción de alimentos que han supuesto en nuestra historia reciente.

¿Qué alternativas habría entonces para no quedar atrapado en el dilema del prisionero y que éste no se convierta en una tragedia para el bien común? Los distintos especialistas coinciden en que la cooperación con el otro -aunque parezca racionalmente ineficaz- sería el único camino para evitar la espiral autodestructiva. 

Manuel Díaz Prieto, Animales racionales. El dilema del prisionero, La Vanguardia, 02/04/2006

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