El plaer i l'origen de la felicitat.

 

¿Por qué de la venta exitosa en años recientes de tantos libros que hablan del amor y la felicidad y también del placer? ¿Qué busca la gente detrás de esas palabras? ¿Qué es ese etéreo que llamamos felicidad que todo el mundo parece perseguir y muy pocos alcanzan? ¿Son felicidad y placer dos conceptos equivalentes? ¿Qué encierran tantas definiciones culturales, religiosas, sociales, psicológicas de ese inaprensible concepto de felicidad, tan mal definido? Precisamente, placer y felicidad son la historia de un desencuentro. Mucha gente identifica placer y felicidad como si de una sola cosa se tratara, sin darse cuenta que son vivencias diferentes y que uno comienza cuando termina el otro. El placer es un desequilibrio que mueve a la acción, a la lucha, a la consecución de algo. La felicidad, por el contrario, es un equilibrio que mueve a la contemplación, la generosidad, el altruismo y da paso a otros múltiples sentimientos. En un análisis más básico se puede decir que el placer es producido por una condición de inestabilidad del organismo. El hambre, la sed, el calor, el frío, la falta de sueño, el impulso sexual, son estados de insatisfacción, desaliento y búsqueda, de dolor en su nivel extremo, a cuya restauración empuja el placer.

En realidad el placer es un señuelo, un engaño, con el que el cerebro, azuza al individuo a conseguir aquello que le falta. El alimento es placentero cuando se está en necesidad de él, cuando se tiene hambre, por eso se busca. Y lo mismo el agua o el sexo o una manta si se tiene frío. Cuando se tiene hambre el placer se anticipa a la propia ingesta, motivando a su logro, por eso el placer es también anticipación. En una situación de privación sexual el placer se adelanta ya con la visión de la pareja. Y de eso ya se conocen parte de los mecanismos que operan en el cerebro. Pero el placer acaba, todo el mundo lo sabe, tras la consumación, cuando uno está saciado. Después de la ingesta de una buena y abundante comida el alimento no resulta ya placentero, por eso se rechaza. Y es entonces, tras ello, cuando calmada esa hambre y en ausencia de placer, que uno se siente bien. Precisamente, ahí comienza la felicidad. La felicidad deviene tras extinguirse el placer. La felicidad es un estado de consecución, de restauración del déficit, de la vuelta del organismo a su estado de equilibrio. Ese “ahora ya me siento bien” tras una buena comida no es placer, es el logro de la estabilidad, de falta de necesidades, eso, es felicidad. Y es en este estado, al menos de esta felicidad básica o felicidad sensorial, que uno se vuelve abstinente y sin deseo. Y es en ese estado además, que el individuo, sin necesidades que le acucien, se vuelve más generoso y sabio. Pero en el ser humano, es cierto, también hay otros placeres que aun siendo necesarios para la propia supervivencia humana, tienen otra naturaleza. De hecho, como decía Kant, son placeres de una naturaleza más fina, distinta. Son los que proporciona por ejemplo el arte. Ese placer que, frente al estrictamente sensorial, no consigue apenas consumación y casi siempre está insatisfecho y que por tanto no se sigue de saciedad. Es ese tipo de placer extraño, de naturaleza genuinamente humana, con el que se alcanza felicidad de modo paralelo y mientras se experimenta y dura más tiempo. Uno puede estar contemplando el David de Miguel Angel horas, sin cansancio. Es la felicidad evocada por la belleza, por el arte.

Pero también se puede alcanzar una felicidad todavía más duradera y permanente que aquella alcanzada por el arte. Es aquella que se obtiene a través del rezo, la meditación y un duro y largo proceso de aprendizaje. Y esto último, las más de las veces, obtenido por la permanente y constante presencia de una idea sublime, religiosa (con Dios o sin él). Pero en cualquiera de los tres casos referidos, felicidad sensorial, felicidad del arte o felicidad sublime, el concepto de felicidad refiere siempre y en su esencia, a ese estado interno y de conducta que es contemplativo y de indiferencia ante el mundo. Estado precisamente del que se desprenden conductas de las que tan necesitado se encuentra el mundo occidental. La verdad es que el ser humano nunca alcanzará la verdadera felicidad persiguiendo el placer. Precisamente el budismo enseña que la felicidad sólo se alcanza renunciando a su búsqueda. 200 años antes de Cristo el Mahabarata ya cantó: “Quien en medio del placer no siente deseo… Quien ha abandonado todo impulso, temor o cólera... Quien ni odia ni se entristece… Ése, está en plena posesión de la felicidad o la sabiduría”. Seguro que en el desarrollo de este siglo que comienza, y en bien de su propia supervivencia, el ser humano sacará alguna enseñanza nueva de esta última aproximación a la felicidad.

Francisco Mora, Las tres caras de la felicidad, El cultural.es, 06/12/2007

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