La teoria de l'art medieval.




La teoría del arte constituye, sin duda, el capítulo más anónimo de una historia de la estética medieval: la opinión de los medievales sobre el ars, en efecto, salvo numerosas y características fluctuaciones de las que un análisis minucioso debería dar cuenta, se mantuvo prácticamente concorde y anclada a una doctrina clásica e intelectualista del hacer humano.(…)

El arte se inscribe en el dominio del hacer, no del actuar, que pertenece a la moralidad y a esa virtus reguladora que es la Prudencia, recta ratio agibilium. El arte tiene alguna analogía con la Prudencia, nos advierten los teólogos: la Prudencia regula el juicio práctico sobre situaciones contingentes en las que actuar y aspira al bien del hombre; el arte, en cambio, regula la operación sobre materiales físicos (como la estatuaria) o mentales (como la lógica o la retórica) para producir una obra. El arte aspira al bonum operis, lo importante para el herrero es hacer una buena espada, y no importa si ésta se usará para fines nobles o perversos. Intelectualismo y objetivismo son, pues, los dos aspectos de la doctrina medieval del arte: el arte es una ciencia (ars sine scientia nihil est) y produce objetos dotados de legalidad propia, operación vista como un resultado.

(…) ars es concepto muy vasto que se extiende también a lo que nosotros llamaríamos artesanía o técnica y la teoría del arte es ante todo una teoría del oficio. El artifex produce algo que sirve para corregir, integrar o prolongar la naturaleza. El hombre hace arte por indigencia: nacido desprovisto de pelos, de colmillos, de garras, incapaz de correr veloz o de aovillarse en una cáscara o en una armadura natural, al observar la naturaleza, las imita. (…)

El arte imita la naturaleza, pero no porque copie servilmente lo que la naturaleza le ofrece como modelo: en la imitación del arte hay invención, reelaboración. El arte une lo disgregado y separa lo unido, prolonga la obra de la naturaleza, hace tal como la naturaleza produce y prosigue su nisus creativo. Ars imitatur naturam, es verdad, pero in sua operatione: el arte imita la naturaleza no en el sentido de que necesariamente copia sus formas, sino porque imita la operación de la naturaleza (S. Th, I, 117, 1). (…)

Uno de los análisis más sugestivos de esta relación lo encontramos en Juan de Salisbury. El arte otorga la facultad de realizar cosas posibles según naturaleza, abreviando su curso y anticipando sus resultados. (…)

La naturaleza, por su parte, estimula el ingenio (vis quaedam animo naturaliter insita, per se valens) a que perciba las cosas, a que las guarde en el depósito de la memoria, a que las examine y las equipare. Arte y naturaleza se ayudan mutuamente en este crecimiento continuo. (…)

Los filósofos del siglo XIII encauzarán esas visiones del ars como capacidad vinculada a fuerzas cosmogónicas, elaborando una ontología de la forma artística que limita bastante sus posibilidades.

Para Santo Tomás, una profunda diferencia distingue los organismo de naturaleza de los del arte. La forma que el artista induce en la materia sobre al que opera no es una forma substancial, sino accidental. La materia que se ofrece para ser plasmada artísticamente no es pura potencia, materia ex qua: es ya substancia, acto determinado, mármol, bronce, creta, vidrio; es materia in qua, subjectum sobre el que trabajan las formas accidentales llevándolo a adoptar figuras determinadas sin hacer mella en su naturaleza substancial. Ars operatur ex materia quam natura ministrat: el arte obra según la materia ofrecida por la naturaleza (Sentencia libri de anima II, 1, p. 696; cf. S. Th. I, 77, 6). Santo Tomás pone el ejemplo del cobre del que se puede extraer una estatua. Este cobre posee ya una potencia hacia la figura que le será dada, es infiguratum y es privatio formae, pero la forma artística que lo hace estatua lo modifica en superficie porque su ser cobre no depende de la forma accidental.

Este texto nos dice lo lejana que estaba la mentalidad medieval de una visión del arte como fuerza creadora: en el máximo nivel de realización, organiza óptimas figuras, terminationes superficiales de la materia, pero debe resignarse a una cierta humildad ontológica ante la primeridad de la naturaleza. Las entidades vinculadas con el arte no se substancian en un nuevo sínolo, sino que permanecen cada unja en la propia realidad substancial, sólo ad aliquam figuram redactis per modum commensurationis, dispuestas en una determinada figura por proporción (S. Th. III, 2, 1). Permanecen en vida en virtud de la materia que las sostiene, mientras que las cosas naturales se mantienen en vida en virtud de la participación divina (Contra Gentiles III, 64).

Para San Buenaventura, en el mundo obran tres fuerzas, Dios, que obra de la nada; la naturaleza, que obra sobre el ser en potencia; y el arte, que obra sobre la naturaleza y presupone el ens completum. El artista puede ayudar o acelerar el ritmo productivo de la naturaleza, no puede competir con ella (II Sent., 7,2,2,2) (pàgs. 128-132).


Umberto Eco, Arte y belleza en la estética medieval, Lumen, Barna 1987

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