La neurociència, una veritable revolució conceptual.

… toda observación se produce dentro de algún sistema de conceptos, y los juicios de observación sólo son tan válidos como lo es el marco de referencia conceptual dentro del que se expresan (pág. 83)

… todos los juicios de percepción, no simplemente los introspectivos, tienen una “carga teórica”: toda percepción involucra una interpretación especulativa (págs. 125-126)


Paul M. Churchland
Antes de que se difundieran las ideas de Copérnico, prácticamente cualquier persona que se arriesgara a salir por la noche podía contemplar la esfera estrellada del cielo y, si permanecía más de unos minutos, también veía que giraba alrededor de un eje a través de Polaris. ¿De qué estaba hecha la esfera? (¿de cristal?) y ¿quién la hacía girar? (¿los dioses?) fueron las preguntas teóricas que nos inquietaron durante más de dos milenios. Pero prácticamente nadie dudaba de la existencia de lo que todo el mundo podía observar con sus propios ojos. Sin embargo, al final aprendimos a reinterpretar nuestra experiencia visual del cielo nocturno utilizando un marco de referencia conceptual muy diferente, y la esfera giratoria se desvaneció.

Las brujas proporcionan otro ejemplo. La psicosis es un padecimiento relativamente común entre los seres humanos, y en épocas anteriores era normal que se considerara que las personas que la padecían estaban poseídas por el demonio y eran una encarnación del propio espíritu de Satanás, cuya mirada fulgurante proveniente de los ojos de las víctimas se clavaba en nosotros malignamente. La existencia de las brujas no se ponía en duda de ninguna manera. Ocasionalmente alguien las veía, en cualquier ciudad o aldea, poner en práctica alguna conducta incoherente, paranoica y a veces hasta sanguinaria. Pero, observables o no, con el tiempo hemos decidido que las brujas simplemente no existen. Hemos llegado a la conclusión de que el concepto de bruja es un elemento perteneciente a un marco de referencia conceptual que representa en forma tan distorsionada los fenómenos a los que se lo aplicaba corrientemente que la aplicación literal del concepto debe desterrarse para siempre. Las modernas teorías de la disfunción mental llevaron a la eliminación de las brujas de cualquier ontología seria.

Según la concepción que estamos considerando, a los conceptos de la psicología popular –creencia, deseo, temor, sensación, dolor, alegría, etc.- les espera un destino parecido. Y cuando la neurociencia haya alcanzado un nivel tal de desarrollo en el cual la pobreza de nuestras concepciones actuales resulte evidente para todo el mundo, y se establezca la superioridad del nuevo marco de referencia, entonces seremos capaces finalmente de emprender la tarea de volver a pensar nuestros estados y actividades internos dentro de un marco conceptual verdaderamente adecuado. Las explicaciones que nos demos recíprocamente respecto de nuestras conductas tendrán que recurrir a elementos tales como los estados neurofarmacológicos, la actividad nerviosa en zonas anatómicas especializadas y cualquier otro tipo d estados que la nueva teoría juzgue pertinentes. También se transformará la introspección personal y tal vez llegue a adquirir un mayor nivel de profundidad en virtud del marco más preciso en el cual tendrá que trabajar… del mismo modo en que la percepción del astrónomo del cielo nocturno se ve muy favorecida por el conocimiento detallado que posee de la moderna teoría astronómica.

No se debe minimizar la magnitud de la revolución conceptual que aquí se señala: podría ser monumental. Y los beneficios para la humanidad podrían ser igualmente grandiosos. Si cada uno de nosotros poseyera un conocimiento neurocientífico (cosa que ahora percibimos nebulosamente) de las variedades y causas de las enfermedades mentales, de los factores que intervienen en el aprendizaje, las bases neurológicas de las emociones, la inteligencia y la socialización, entonces la totalidad de la desdicha humana podría disminuir mucho. El simple aumento de la comprensión mutua que hiciera posible el nuevo marco podría contribuir sustancialmente a lograr una sociedad más pacífica y humanitaria. Por supuesto, también habría ciertos riesgos: mayor conocimiento significa mayor poder, y del poder también puede hacerse un mal uso.


Paul M. Churchland, Materia y conciencia. Introducción contemporánea a la filosofía de la mente, Gedisa, Barna 1999 (págs. 77-79)

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