Cap a una societat neoaristocràtica.

La irritación que el libro de Thomas Piketty, El capitalismo del siglo XXI, ha provocado en los intelectuales de la derecha americana no es la descripción del carácter estructuralmente desigualitario del capitalismo, que es algo asumido y aplaudido por el neoconservadurismo. Lo que incomoda a la derecha es lo que tiene de deslegitimación del sistema. Piketty apunta directamente al trabajo y, por tanto, a la meritocracia, que es el gadget ideológico que sirve de coartada moral a la fase actual del capitalismo.

Lo que Piketty nos dice, es, como escribía el domingo en estas mismas páginas Paul Krugman, “que nos encaminamos a una sociedad dominada por la riqueza, mucha de ella heredada, más que por el trabajo”. Una sociedad neoaristocrática en la que el discurso del esfuerzo redentor y de la prosperidad por el esfuerzo decae ante la evidencia de los hechos: el capital se reproduce a gran velocidad, mientras los países crecen lentamente y los salarios se estancan o caen. ¿Dónde está el mito de la igualdad de oportunidades y del ascensor social?

Los argumentos de Piketty caen en terreno abonado. La crisis múltiple que estamos viviendo (económica, social, política, cultural y antropológica) nos ha conducido a una situación en la que el trabajo se ha revelado como un bien escaso y los salarios que reciben una gran parte de las personas que tienen empleo no garantizan las condiciones elementales para una vida digna. Ni meritocracia, como forma de promoción social, ni trabajo como garantía de inserción social. Los pilares ideológicos que daban legitimidad al sistema decaen. Y lo hacen con estrépito, porque los ciudadanos han quedado atrapados en el discurso con el que se les había tratado de conquistar para justificar la desregulación masiva y el desmantelamiento del Estado del bienestar: más vale un crédito que un subsidio. El crédito como símbolo de autonomía personal y propiedad, el subsidio como símbolo de dependencia y servidumbre.

Al final, los atrapados por esta promesa de la autosuficiencia, hundidos bajo el peso de las deudas, se cuentan por millones. Y la sensación de que no hay escapatoria crea ansiedad, desmoralización y desconfianza contagiosas. De modo que la espesa bruma de la crisis pese sobre las cabezas de los ciudadanos, por mucho que se repita que estamos saliendo de ella.

Josep Ramoneda, Leer el nuevo mundo, El País, 12/05/2014

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