Per a què serveix l'ètica? (Adela Cortina).


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A la ética le ocurre lo que a la estatura, al peso o al color, que no se puede vivir sin ellos. Todos los seres humanos son más o menos altos o bajos, todos son morenos, rubios o pelirrojos, todos pesan más o menos, pero ninguno carece de estatura, volumen o color. Igual sucede con la ética, que una persona puede ser más moral o menos según determinados códigos, pero todas tienen alguna estatura moral. Es lo que algunos filósofos han querido decir al afirmar que no hay seres humanos amorales, situados más allá del bien y del mal, sino que somos inexorablemente, constitutivamente, morales.

Lo inteligente es entonces intentar sacar el mejor partido posible a ese modo de ser nuestro, del que no podríamos desprendernos aunque quisiéramos. Como es inteligente tratar de aprovechar al máximo nuestra razón y nuestras emociones, la memoria y la imaginación, facultades todas de las que no podemos deshacernos sin dejar de ser humanos. Igual le ocurre a nuestra capacidad moral, que podemos apostar por hacerla fecunda, por sacarle un buen rendimiento, o podemos dejarla como un terreno inculto, con el riesgo de que algún avisado lo desvirtúe construyendo en él una urbanización.

Todos los jueves del año a mediodía se reúne en la Puerta de los Apóstoles de la Catedral de Valencia el Tribunal de las Aguas desde tiempo inmemorial. Su tarea consiste en resolver los conflictos que surgen en el campo por el uso del agua de ocho acequias que la toman del río Turia, un uso que está debidamente organizado. Los litigantes acuden al tribunal y el presidente, rodeado por los síndicos de las ocho acequias, ataviados con su blusón negro, dirige el juego de las denuncias y las réplicas con las sencillas palabras «parle vosté» y «calle vosté» . También la sentencia es oral y no se recoge por escrito, porque no hay nada escrito en este ir y venir, sino sólo un valor en el que todos confían, la palabra dada Este sencillo proceder ha llamado la atención de propios y extraños porque se trata de proteger un bien común, el agua, de modo que todos los agricultores puedan sacar beneficio y ninguno arrebate a los demás la posibilidad de usarla. Los gastos de transacción, en asunto tan delicado, no pueden ser más bajos, porque se reducen al intercambio verbal de síndicos y afectado. Es sencillamente la confianza la que lo hace todo tan barato. La ética abarata costes. Si fuera posible un mundo en que contara como moneda corriente la confianza en las familias, las escuelas, las organizaciones y las instituciones, la vida sería infinitamente más barata. Y no sólo en dinero, que es lo que parece interesar a tirios y troyanos, sino también y sobre todo en  muertes prematuras, en vidas destrozadas, en conflictos, en eternos procesos judiciales de final incierto, en venganzas, rencores, en papeleos odiosos y en ese coste que varía más o menos, pero que suelen acabar pagando los peor situados .

Ojalá la confianza pudiera ser la base de nuestras relaciones, el mundo sería infinitamente más barato en sufrimiento y también en dinero. Recortar en atención sanitaria o en pensiones sería un despropósito, como ya lo es, pero además ni siquiera haría falta el dinero que se despilfarra un día tras otro en gestionar las relaciones cuando reina la desconfianza.

Esto es lo que, con éstas u otras palabras parecidas, veníamos diciendo los que asegurábamos desde hace algún tiempo que la ética es rentable, y la verdad es que los hechos siguen dándonos la razón día a día. Ojalá hubiéramos tomado la ética en serio, porque nos hubiéramos ahorrado una ingente cantidad de amargura y de dolor humano, que es lo importante, y también una ingente cantidad de dinero, que es de lo que hoy todos hablan.

La Asociación Nacional del Rifle, por poner un ejemplo bien conocido, tiene una fuerza incuestionable en Estados Unidos. Fundada en 1871 cuenta al menos con cuatro millones de socios, y sus dirigentes aseguran que es la organización por los derechos civiles más antigua del país. La razón de su éxito, además de la notoriedad de algunos de sus componentes como Charlton Heston, es ante todo el afán de seguridad: en un país en que las gentes viven a menudo en casas aisladas en el campo o en barrios peligrosos los ciudadanos compran armas para defenderse frente a posibles delincuentes. Ése es un coste económico al que hay que sumar el más importante, el de las matanzas que ya vienen siendo habituales, cuando algún perturbado decide entrar en una escuela y liquidar a niños y maestros.

Un episodio que volvió a repetirse el 14 de diciembre de 2012 en una guardería de Newtown, cuando un muchacho de veinte años asesinó a veintisiete personas, veinte de ellas niños de seis y siete años. El lunes siguiente los títulos del fabricante de armas Smith & Wesson Holding cayeron un 5 % y se abrió de nuevo un debate sobre el tema, como en los sucesos de Columbine. Pero las asociaciones partidarias de la tenencia de armas sugirieron rápidamente que la solución consistía en vender todavía más armas: cada escuela  debería contar con un vigilante armado. Cuando realmente la solución consiste en cambiar la actitud.

Naturalmente, cuando estas salvajadas se producen en países del mundo rico son noticia diaria, aunque de ahí no pase y no parezca que nadie esté muy empeñado en poner solución. Pero en el mundo pobre, aunque no sea noticia, tener diamantes, caucho, coltán o marfil les ha costado y cuesta mucha sangre. Y todo esto en «tiempo de paz», qué decir del tiempo de guerra.

Es verdad que las soluciones han de venir de los organismos públicos, nacionales y supranacionales, pero sólo en parte. Si las gentes no tomamos nota de lo cara que sale la falta de ética, en dinero y en dolor, si no nos negamos decididamente a pagar ese astronómico precio, el coste de la inmoralidad seguirá siendo imparable. Y aunque suene a tópico, seguirán pagándolo sobre todo los más débiles.

Teniendo en cuenta que llamar «tópico» a una frase no es quitarle importancia, sino todo lo contrario, es dársela en grado superlativo, porque se ha convertido en un tópos, en un lugar tan corriente que es ya para nosotros un punto de referencia. Por desgracia, que los débiles acaban pagando la mayor parte de las deudas de la humanidad es ya un tópico, totalmente verdadero, que saldrá a menudo en este libro, precisamente porque si pagan los más débiles es por falta de ética. Para eso, entre otras cosas, sirve la ética, para cambiar las tornas y tratar de potenciar las actitudes que hagan posible un mundo distinto.


Adela Cortina, ¿Para qué sirve realmente la ética?, Paidós, Barna 2013

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