Menyspreu i moralitat.

Caracteres des passions gravés sur les desseins de l'illustre Mons.r le Brun / par S. Le Clerc. Imagen: ETH-Bibliothek Zürich
Caracteres des passions gravés sur les desseins de l’illustre Mons.r le Brun / par S. Le Clerc. Imagen: ETH-Bibliothek Zürich (CC)
Al Editor.

SEÑOR:

Todos hemos oído hablar de una Sociedad para la Promoción de lo Feo y creo que fue en Londres donde ya se formó una Sociedad para la Supresión de la Belleza. Debo decir que existe en Salamanca otra de carácter más horrendo. Parece tratarse de una asociación para fomentar el Desprecio, aunque ellas dicen ser, y así se denominan a sí mismas, Connoisseurs del Desprecio. Afirman ser investigadoras del escarnio; amateurs y diletantes en lo que concierne al menosprecio; en breve, amantes del desdén. Cada nuevo caso que encuentran en sus lecturas y experiencias cotidianas, o que les llega por cualquier otra vía, se analiza y critica como lo sería una fábula moral. Pero no necesito ocuparme en describir el espíritu de sus deliberaciones, pues usted mismo lo captará mucho mejor a partir del inicio de una de sus conferencias.

CABALLEROS:

Es un honor haber sido elegida como ponente de la conferencia anual sobre el desprecio, considerado como una de las emociones morales. Mi tarea habría resultado sencilla cuando el desprecio apenas se estudiaba fuera de los seminarios académicos y no contábamos con modelos de prestigio; pero en este momento, cuando tantas obras maestras han sido ejecutadas por los profesionales del desdén…

A hombros de gigantes

5 de febrero de 1675: Isaac Newton escribe a Robert Hooke y deja caer aquello de «If I have seen further it is by standing on the shoulders of giants». Un homenaje a sus predecesores, qué edificante. Pero, ¿y si el contexto de la frase hiciera cambiar su significado de tal forma que se tratase de una expresión de desprecio, de sorna, de profundo desdén? Hooke era jorobado y muy bajito, por lo que habría sido, en el mejor de los casos, una grave falta de delicadeza por parte de Newton utilizar una analogía tal.

La expresión del desprecio es más sutil que la del resto de las denominadas emociones universales, por lo que siempre cabe la posibilidad de malinterpretar las intenciones del emisor. Precisamente por ello, es también posible atribuir al receptor una suspicacia indebida, un carácter paranoide, con lo que se multiplica el efecto del escarnio. Mostrarse como receptor del desprecio cuando este no es obvio carga de culpa a la víctima y libera al emisor. El menospreciado padece así un doble castigo: el desdén y el sufrirlo a solas.

El desprecio ofrece infinitas posibilidades y gran parte de su complejidad expresiva se debe a su potencial de recursión, una de las características definitorias del lenguaje humano. No es la fabricación de herramientas lo que nos hace únicos, sino el hecho de que nuestro principal sistema de comunicación, a diferencia del de otros animales, no sea un repertorio fijo sino un sistema combinatorio de reglas en el que los símbolos pueden permutarse ilimitadamente. Las posibilidades semánticas se incrementan así de manera exponencial, algo que debe de dar terribles dolores de cabeza a los conductistas: podemos decir algo, o decir que hemos dicho algo, o decir que hemos dicho que dijimos algo…

Desprecio categórico

Los vocabularios son productos culturales que nos ayudan en la categorización de la realidad, algo que no paramos de hacer, conscientemente o no, mientras estamos despiertos. Conceptos que hoy se estudian en la infancia, como el cero de las matemáticas o el vacío de la física, pueden contemplarse como productos de la alta tecnología de su tiempo, accesibles entonces a unos pocos iniciados. El estudio de este tipo de artefactos cognitivos ofrece información psicológica valiosísima, ya que la mente humana está sesgada por operaciones automáticas que nos llevan a percibir el mundo de cierta manera. El estudio de los vocabularios del color es el ejemplo clásico: sabemos que los humanos no perciben los mismos tonos que otras especies. El color es una propiedad relacional que depende tanto de las longitudes de onda de la luz como de los receptores del ojo y estos últimos han sido seleccionados por la evolución en función de los desafíos a los que se fueron enfrentando nuestros ancestros. La percepción del color tiene un referente físico cuantitativo, pero es psicológicamente cualitativa, categórica.

Aunque la percepción categórica depende en gran medida de factores sensoriales, no hay contradicción en añadir que diferencias en los vocabularios podrían causar diferencias en la cognición del color, especialmente en los límites de las categorías, como ocurre con el azul: la escasa diferencia con ciertos matices del verde permite que haya lenguas que no distinguen entre estos tonos (las llamadas lenguas grue, de green y blue) mientras que otras cuentan con categorías diferentes dentro del azul, como ocurre con el ruso, cuyo vocabulario incluye dos términos cualitativamente distintos para lo que en castellano son diferencias de grado. Pues bien, sobre el vocabulario emocional pueden hacerse consideraciones muy similares. Ejemplos típicos son la schadenfreude germánica, que consiste en alegrarse por la desgracia de alguien que nos cae fatal, y la vergüenza ajena del español, parientes ambas del desprecio y tan sutiles como él: muestran que quienes las sienten atienden al estado emocional del otro, pero no precisamente para compadecerlo, para sufrir con él, aunque en el caso de la vergüenza ajena lo aparenten (con un toque de sarcasmo, un guiño al espectador real o imaginario que deje claro lo que hay). Aun cuando los hablantes de otras lenguas carezcan de términos equivalentes, aprenden rápido a usarlos cuando se les explica su sentido y, a partir de ese momento, es frecuente que pasen a formar parte de su repertorio de categorías y de su percepción del mundo social.

De forma análoga a como se contempla el azul con respecto al dominio del color, el desprecio se considera como uno de los universales de la emoción. Los expertos suelen mencionar que implica un sentimiento de superioridad, pero el diccionario lo define simplemente como desestimación. Se acompaña de otros significados como menosprecio o desdén, sus dos sinónimos, así como de una variante legal: circunstancia que puede ser agravante, motivada por la dignidad, edad o sexo de la víctima. Contempt, disprezzo o mépris son términos de lenguas cercanas a la nuestra y tienen un significado similar al de desprecio, aunque, al igual que en el caso del verdiazul, los límites con otras categorías como el asco o la rabia no estén definidos con precisión; por ejemplo, si se introduce el término inglés en cualquier buscador informático, aparecerá un dicho muy común, familiarity breeds contempt, el equivalente a nuestro «donde hay confianza da asco».

Emociones morales

No olvidemos que hace medio siglo aún se postulaba que las emociones eran inútiles, malas para la tranquilidad del espíritu y la tensión arterial, por utilizar las palabras del famoso Buhrrus Skinner (del que siempre se omite el nombre, al menos en castellano, posiblemente porque el lector menos formado no puede evitar ser víctima, al procesarlo, de un cierto efecto priming). Que la emoción ha sido menospreciada por los científicos es un hecho. Más aún lo ha sido la experiencia subjetiva, cuyo estudio es imprescindible en el caso de las emociones frías como el desprecio, que no motivan actos observables de inmediato, sino cambios cognitivos que llevan, salvo educado disimulo, a restringir la interacción social con su objeto en el futuro.

Hay quien pretende que basta con trabajar en un ambiente controlado para eliminar toda explicación alternativa plausible de los resultados de una investigación, algo que podrá ser cierto de los experimentos de la física, pero no lo es de los psicológicos, donde la interpretación que el sujeto haga de los estímulos que se le presentan en el laboratorio es la clave de sus respuestas. En la práctica, el número de investigaciones que incluyen estímulos asociados al desprecio es mínimo, en comparación con el miedo, la pena o la rabia. Y, sin embargo, cuando se utiliza la frecuencia de uso de las palabras como indicador indirecto de saliencia perceptiva, se constata que el desprecio es una emoción particularmente llamativa en España, en comparación con otros países con los que compartimos idioma. Un estudio reciente llevado a cabo en un corpus informatizado de más de cien mil términos emocionales ha hallado una secuencia ordenada —miedo, pena, sorpresa, alegría, rabia, desprecio y asco— cuya consistencia se mantiene tanto diacrónicamente, comparando el español de los últimos siglos con el actual, como sincrónicamente (en Colombia, Cuba, Chile, México, Nicaragua, Perú, Puerto Rico, España, Estados Unidos y Venezuela). Pero en España, el desprecio ocupa el quinto y no el sexto lugar de la secuencia, es decir, aparece con mayor frecuencia que el asco y la rabia.

Los orígenes de lo moral, para las teorías evolucionistas, se encuentran en el altruismo recíproco, una estrategia de supervivencia que funciona entre individuos que están motivados a cooperar, pero también a evitar o castigar a aquellos que hacen trampas. Según los cálculos de Robert Trivers, no sería necesario para explicar la conducta de quienes están emparentados, en cuyo caso la relación genética permite predecir el grado de ayuda que se está dispuesto a prestar. Digamos, por aligerar un poco, que al altruista a tiempo completo se lo comió el tigre antes de que dejara descendencia (lo que no significa que no existan individuos buenos, no hay que confundir los niveles de análisis: los genes no son el monólogo interior de los actores, en afortunada expresión de Steven Pinker).

La investigación empírica de la moralidad se había venido dedicando principalmente a diseccionar el razonamiento ético mediante la presentación de dilemas artificiales (e incomprensibles, parece ser, para muchos sujetos experimentales), así como a explorar dos familias afectivas: la culpa y la empatía. En los últimos años, sin embargo, el campo de estudio se ha extendido hacia otras emociones tradicionalmente consideradas negativas. Paul Rozin y Jonathan Haidt, por señalar a quienes más han contribuido a extender esta nueva línea de trabajo, han reconceptualizado el desprecio, la rabia y el asco como respuestas emocionales a las violaciones de determinados códigos morales. La hipótesis de que las emociones de la tríada del reproche o de la condena de los otros servirían como castigo por el incumplimiento de diferentes obligaciones sociomorales se conoce en el ámbito de la psicología social como la hipótesis CAD (Contempt, Anger, Disgust) que, adaptada al castellano, llamaré DAR (Desprecio, Asco, Rabia). El acrónimo cad tiene ventajas, tanto por su significado —un tipo un poco canalla— como porque hace doble función, permitiendo enlazar, además, las tres emociones con los dominios afectados: Community, Autonomy y Divinity (CAD otra vez). Lo de la divinidad queda un poco raro en asociación con el asco hasta que empezamos a representarla en términos de pureza —de higiene, diríamos en laico—, tan presente en los países en los que la ley procede de la verdad revelada y la ética no tiene un contenido autónomo.

Del desprecio considerado como una de las emociones morales

Aunque el origen del asco es fisiológico, hoy se postula que esa reacción se ha extendido a lo largo de la evolución hacia objetos con más carga cognitiva, como los estímulos sociales y finalmente a las ofensas morales. La hipótesis de la exaptación del asco es el último grito en el estudio de la moralidad, se publican artículos sobre el tema hasta en la revista Science. También hay que decir que, por ahora, la evidencia empírica a su favor es débil: el hecho de que la actividad facial sea la misma en el asco físico y en el moral, principal prueba presentada, no corrobora la exaptación de lo oral a lo moral, ya que este resultado es compatible con varias explicaciones alternativas, tales como que el asco moral es precisamente lo que llamamos desprecio y que es el lenguaje del asco lo que se ha expandido metafóricamente, que es lo que piensa Paul Bloom. El propio Darwin, que contemplaba las expresiones emocionales como el vestigio conductual de hábitos útiles en la evolución de nuestros antecesores mamíferos, señaló ya en La expresión de las emociones en el hombre y los animales que las expresiones faciales de asco de baja intensidad manifestaban, en los humanos, desprecio, con lo que volvemos al problema de los umbrales entre categorías. Cuando los ítems con los que se experimenta confunden aspectos físicos y sociales de los objetos a evaluar, cuando se mezclan los fluidos con los principios, los límites entre el asco y el desprecio se diluyen aún más.

Así que centrémonos en lo que la gente corriente considera verdaderamente moral: el acto altruista, el que incluye, además de la ayuda al necesitado del que nada se espera, el castigo a quienes infringen normas comunitarias. La evidencia ecológica —la que procede del análisis de textos y conversaciones en ambientes naturales evitando así la crítica habitual de falta de validez debida a la artificialidad de las situaciones experimentales— indica que la rabia es, en ese sentido, la emoción más ética de la tríada DAR. Por el contrario, en la vida cotidiana, el asco suele aparecer asociado al prejuicio, lo que implica que su uso más habitual no es el moral. En cuanto al desprecio, su objeto sigue siendo el más difícilmente clasificable, aunque generalmente es de tipo social y abstracto, alguien que nos hace algo malo o se lo hace a un tercero, que podría resultar cercano personal o socialmente (en cuyo caso acecha la hipótesis del altruismo recíproco) o bien lejano: un traidor o, por poner un ejemplo más abstracto, una institución, como el rey de Prusia o el imperio austrohúngaro.

Lo cierto es que se hallan emociones DAR en contextos verdaderamente morales; es decir, que sentir asco, rabia o desprecio por quien ha hecho daño a un tercero con el que no existe relación personal alguna ni otro interés que el puramente cívico es algo que realmente ocurre más allá de la mente del psicólogo. En la descripción del episodio despreciativo típico, apenas se mencionan los basados en la reciprocidad y solo unos pocos entrevistados describen situaciones en las que se siente desprecio por el que ha perjudicado a un tercero, esto es, desprecio altruista. La respuesta modal refleja el prejuicio: se desprecia algo que el otro es. Finalmente, en una narración de tipo personal, los episodios de desprecio son, en general, de autoservicio, de desdén hacia quien nos ha hecho algún mal, aunque tanto el prejuicio como el desprecio altruista se detectan más o menos en igual proporción (y más bien poco). El desprecio que hemos denominado altruista no suele dirigirse hacia una persona, como a menudo ocurre con la rabia, ni, desde luego, hacia sustancias concretas como el vómito, caso del asco, sino más bien hacia papeles sociales abstractos: el corrupto, el maltratador, el terrorista.

De ahí que la perspectiva espacial parezca una buena candidata a variable independiente en futuros experimentos que busquen distinguir estas emociones. Claro que no hablamos aquí de un espacio en metros o yardas, sino de la distancia psicológica entre emisor y receptor. El desprecio permite mirar de lado a quienes no van a causarnos un perjuicio porque no van a entrar en nuestro espacio personal, no alcanzan.

Lady de Quincey, Del desprecio considerado como una de las emociones morales, jot down 21/06/2015

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