Pensar com els grecs (Víctor Gómez Pin).


He retomado aquí la tesis según la cual postular que la naturaleza está regida por una implacable necesidad  es la condición de posibilidad de la ciencia y más tarde de la filosofía. Y con algún reparo (en razón del papel que pudo jugar la civilización del bajo Nilo) he aceptado que la asunción de tal necesidad sería  el rasgo singular que caracteriza a la cultura griega en  la historia de las civilizaciones. Se justificaría así la tesis de Gompertz según la cual hacer ciencia es "pensar a la manera de los Griegos", pensar en definitiva en conformidad a una serie de principios que constituyen la trama    de  la necesidad natural, la concreción misma de esta idea:  así el principio general de causalidad, que (entre otras cosas) excluye la posibilidad de modificación del pasado;  o el de causalidad local que excluye el que una acción sobre una determinada entidad pueda, sin otras mediaciones, tener efectos a distancia. 
Sin embargo he sostenido también que  el sentimiento de que el entorno natural está sometido a estos principios,  es algo que acompaña  a todo ser humano  como integrante de su inserción en el mundo, al igual que lo acompaña la ley social bajo forma de restricciones en su relación con los demás.
Si esto es así para el hombre de la civilización del Nilo o de la  babilónica, pero también para  el hombre de las comunidades exploradas hace más de medio siglo por Claude Lévi-Strauss, si  el sentimiento de necesidad natural puede  ser considerado como un universal antropológico... ¿por qué afirmar que la ciencia primero y la filosofía después tienen un origen que (con las debidas matizaciones) podría considerarse coincidente con el  pensamiento jónico?
Un embrión de respuesta es el siguiente: a partir de los jónicos el pensamiento mágico  puede seguir subsistiendo como residuo de tiempos pretéritos pero queda ausente de la consideración de la naturaleza. En una sociedad marcada por el pensamiento mágico el individuo se   siente perfectamente impotente para ejercer una influencia nefasta en el enemigo alejado en el espacio o en el tiempo, pero está seguro de que tal no es el caso del hechicero.  Si éste puede intervenir es porque la naturaleza no es autónoma respecto a su poder aunque sí lo sea respecto al poder de uno mismo. La propia impotencia frente al orden natural no significa impotencia de todos los hombres, o al menos impotencia  de todos los seres dotados de voluntad que el hombre ha concebido o imaginado. 
Así el eclipse era previsible para el astrólogo chino, dada su pericia para captar los signos de la decisión tomada por el ser mítico (dragón u otro) de acaparar el Sol. Estos signos coinciden con los que capta Tales en su célebre previsión, verificada en medio de una batalla, pero su significación es completamente diferente: para Tales la naturaleza misma posee un orden interno que conduce implacablemente a tal  ocultación del astro y el hombre, tan impotente como los dioses para evitarlo, tiene sin embargo la capacidad de hacer ese orden transparente.  
Entendemos así porque la ciencia que nace en Jonia ha jugado en la percepción de los hombres un papel tan equívoco. Por un lado, es la prueba de nuestra potencialidad de intelección y así de nuestra prodigiosa singularidad en el seno de los seres dotados de alma. Mas por otro lado, sus mismos presupuestos de base implican la ausencia de escapatoria a lo que la naturaleza asigna  y así que nuestro  ser animal comparte el destino del conjunto de los seres naturales.
Víctor Gómez Pin, Asuntos metafísicos 99, El Boomeran(g),  11/6/2015

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