El concepte de llibertat en Friedrich Hayek.

Friedrich Hayek


La reflexión de Hayek sobre la igualdad comprende tres aspectos principales: (a) su tesis de la desigualdad natural de los hombres; (b) la existencia de legítimas desigualdades económicas, y (c) las igualdades funcionales. Hayek sostiene que cada ser humano es un conjunto de atributos, producto de una combinación única de genes de donde proviene. Y esta unicidad biológica es reforzada por las diferencias de educación y formación. Estas disimilitudes se expresan en la distinta capacidad adaptativa a la vida práctica, especialmente al mercado. Los seres humanos se dividen en la mayoría y la minoría. La mayoría de las personas son “insuficientemente civilizadas”, y se guían por “atavismos” (Hayek, 2007a). Las masas no comprenden las reglas y las leyes abstractas que rigen la sociedad extendida, por eso no logran adaptarse, adecuadamente, a la competencia. La minoría, en cambio, posee todas las capacidades de las que carecen las masas.

Consecuentemente, Hayek sostiene que en una sociedad de mercado libre las desigualdades sociales y económicas son consecuencias esperables y deseables del ejercicio de la libertad y de la competencia entre individuos desiguales en el mercado. “La libertad no tiene nada que ver con cualquier clase de igualdad, sino que produce desigualdades en muchos aspectos. Se trata de un resultado necesario que forma parte de la justificación de la libertad individual” (Hayek, 1988, p. 122). Cree que la pasión por la igualdad es una forma de envidia.

La existencia de diversas formas de desigualdad entre los seres humanos no implica, sin embargo, que deban ser tratados en forma desigual por el Estado y las empresas. Al contrario, Hayek afirma que en una sociedad extendida es adecuado tratar a los seres humanos de la misma manera. Esto implica el reconocimiento de la igualdad ante la ley, la justicia y el mercado, las cuales son formas de igualdad funcionales a la reproducción de la sociedad de mercado (Hayek, 1988, p. 122)

El núcleo central de la concepción hayekiana sobre el hombre es su idea de la libertad individual, en la cual todos los aspectos señalados se entrelazan y se articulan. Hayek destaca el papel que tuvo la libertad individual inspirada en los principios del “verdadero liberalismo”, en la civilización occidental durante los siglos XVIII y XIX. “La parcial realización del ideal de libertad hizo posible sus efectivos logros” (Hayek, 1988, p. 20). Sin embargo, cuando la sociedad liberal estaba dando sus frutos, y por razones que él habría dilucidado, se generó un profundo descontento, “en tal periodo, los intelectuales occidentales dejaron, en gran medida, de creer en la libertad, cuando precisamente la libertad, al dar origen a aquellas fuerzas de que depende el desarrollo de la civilización, hizo posible un crecimiento tan rápido y sin precedentes” (Hayek, 1988, p. 20).

Los intelectuales tuvieron un papel protagónico en la búsqueda de “órdenes sociales sustitutivos”. El estado de ánimo de los dirigentes intelectuales de Occidente se ha caracterizado largamente por la desilusión frente a sus principios, el menosprecio de sus logros y la exclusiva preocupación de crear “mundos mejores” (Hayek, 1988, p. 20). En este contexto se generaron diversas formas de pensamiento y de proyectos políticos que buscaban sustituir al liberalismo clásico: el anarquismo, el socialismo marxista y no marxista, el nacionalsociaismo, el estalinismo, el pensamiento socialcristiano, incluso lo que llama Hayek “el socialismo monárquico de Bismark”, y el liberalismo reformado de John Stuart Mill que conduce al keynesianismo y el liberalismo social o del “autodesarrollo”.


La reflexión de Hayek sobre la libertad, y también la de su discípulo Milton Friedman, tiene un claro sentido restaurador de recuperación de lo que consideran el verdadero sentido de la libertad. “Mi pretensión es reestablecer la filosofía de los hombres que viven en sociedad, filosofía que viene desarrollándose lentamente a lo largo de dos milenios. Si nuestra civilización no ha de declinar, aquel ordenamiento debe revitalizarse” (cursivas nuestras, Hayek, 1988, p. 26).

Para Hayek, la reflexión sobre la relación entre la libertad y la crisis civilizatoria no es solo una tarea académica, sino que conlleva importantes implicaciones sociales y políticas. La tarea que se propuso en Los fundamentos de la libertad es análoga a la que se planteó Popper: encontrar un criterio que permita dilucidar qué opciones son válidas o adecuadas en la acción social. Hayek afirma que las ciencias sociales debían proporcionar criterios en el ámbito político que fueran capaces de diferenciar lo que es posible de lo que no lo es; se propuso encontrar un criterio que permitiera evaluar si una medida o programa político concuerda y respeta la libertad: “No aspiro a formular un detallado programa político, sino a dejar sentado el criterio que permitirá dilucidar si determinadas medidas son o no concordes con un régimen de libertad” (1988, p. 22). El economista austriaco realizó un significativo esfuerzo para elaborar y precisar su concepto de libertad (Hayek, 2001, pp 73 y 75).

Al respecto, Hayek consideraba que las principales categorías se habían vuelto polisémicas y confusas. El autor asumió el concepto negativo de libertad que define como ausencia de coerción e impedimento, intencionado e ilegítimo, de parte del Estado o (de grupos) de terceros. Es decir, somos libres en todo aquello que no se nos prohíbe o impide hacer (Hayek, 1988,  pp. 31-32).

Excluyó el concepto o dimensión positiva de la libertad que se refiere a las posibilidades efectivas de acción. Es decir, soy libre de realizar lo que puedo hacer efectivamente. Hayek señala que la distinción entre “libertad negativa“ y “libertad positiva” proviene de Hegel, fue desarrollada por Thomas Green a finales del siglo XIX y retomada por los liberales reformistas como John Dewey, Harold Laski y otros. Esta distinción entre dos formas de libertad es análoga a la que hace Hegel entre posibilidad abstracta y posibilidad concreta. La primera es toda situación que no sea autocontradictoria (por ejemplo: estar en este lugar o no estarlo) y cuya factibilidad es plausible porque no habría imposibilidad lógica de efectuarla. En contraste, la posibilidad concreta requiere condiciones efectivas de realización, tiempo, espacio, contexto y otras. Es obvio que la esfera de las posibilidades abstractas es mucho más amplia que la de las segundas. En la historia de Occidente, señala Hayek, el significado originario de ser libre era ser independiente, opuesto a la completa dependencia del esclavo (Hayek, 1988, p. 33)

Para Hayek, el estado de plena libertad es deseable, pero es muy difícil de alcanzar en la vida social, pues supondría que el sistema institucional se adecuara a lo que considera los verdaderos principios liberales. Esto implicaría que el mercado fuera completamente libre; que el Estado fuera mínimo y absolutamente no intervencionista; que hubiera un pleno Estado de derecho, y que instaurara una forma específica de democracia limitada que denomina demarquía. Hayek reconoce la importancia práctica de las posibilidades concretas de acción de una persona, en un momento y en una situación específicos, pero insiste en que la libertad se define por ausencia de coacción proveniente del Estado y de terceros (Hayek, 1988, p. 34).

En directa relación con la distinción entre la dimensión negativa y positiva de la libertad, se encuentra el tema de la relación de la libertad con el poder. Hayek se opone a la identificación de la libertad con el poder y la rechaza como una ideología. Asevera que esta manera de pensar surgió de la idea muy difundida sobre la libertad como ausencia de todo impedimento, y como capacidad de alterar el mundo para adecuarlo a los propios deseos. Esta transformación del concepto de libertad individual en el de libertad-poder habría sido facilitada por una tradición filosófica que define la libertad no como ausencia de coacción, como lo hizo Hayek, sino de “limitación”, lo cual puede ser malentendido como “ausencia de impedimentos externos”. De este modo, se llegó a definir la libertad como poder de acción específica, y la exigencia de libertad fue convertida en exigencia de poder, como afirmó el filósofo estadounidense John Dewey.

Confundir la libertad con el poder “conduce a la identificación de la libertad con riqueza, y hace posible explotar toda la atracción que la palabra libertad arrastra, en apoyo de la petición de redistribución de la riqueza” (Hayek, 1988, p. 41). Hayek considera que la libertad y el poder son dos conceptos inconmensurables: “El que yo sea dueño o no de mí mismo y pueda o no escoger mi propio camino, y el que las posibilidades entre las que deba escoger sean muchas o pocas, son dos cuestiones totalmente distintas” (1988, p. 41). Tampoco la libertad tiene relación con la felicidad, y ni siquiera con la conservación de la propia vida (Hayek, 1988, p. 42).

Según Hayek, la libertad tiene íntimas relaciones con la moralidad. La vida social requiere que los miembros de una sociedad respeten y conviertan en hábitos un conjunto de reglas jurídicas, económicas y morales; independientemente de que comprendan intelectualmente cómo funcionan y por qué son necesarias. Dicha observancia crea un marco de regularidades que permiten que cada uno pueda realizar sus propios fines (Hayek, 1990, p. 84).

La conformidad voluntaria es una condición del funcionamiento beneficioso de la libertad. Sin profundas creencias morales no es posible el funcionamiento de la sociedad. Esta situación es la normal. Sin embargo, si se producen transgresiones, es necesario aplicar la coerción, pues aunque Hayek piensa que esta es mala, los individuos que quieren transgredir las normas deben comprender que lo que pueden obtener no justifica el oprobio que sufrirán al ser castigados. Sin embargo, considera que la presión social y el hábito de respetar las reglas deben ser moderados, pues en caso contrario, sería muy difícil que se pueda producir la gradual evolución de las normas y la aparición de experiencias innovadoras que puedan llevar a modificar y mejorar las normas existentes.

Se pregunta por qué queremos la libertad. Su respuesta es que ella hace posible el progreso de la civilización; por lo tanto, el valor central, el fin en sí mismo, no es la libertad como forma de vida, sino el progreso. Esto es contradictorio con su afirmación de que la libertad es un valor en sí mismo; pero se puede pensar que esta es, a la vez, un fin en sí misma y un medio. Hayek piensa que la libertad individual no implica egoísmo o necesariamente conseguir mayor bienestar individual, sino que su ejercicio incrementa o maximiza el aporte que cada uno hace a los demás. Al respecto, cita de forma destacada las ideas de H. B. Philips sobre “el valor de la libertad”, y las asume como suyas: “En la sociedad la libertad se concede a los individuos no en razón a que se les proporcione un mayor bienestar, sino porque el término medio de ellos servirá al resto de nosotros mejor que si cumpliera cualquier clase de órdenes que pudiéramos darle” (citado en Hayek, 1988, p. 29).

Su defensa de la libertad no supone que la mayoría pueda ejercitarla directamente. Asevera que es difícil hacer comprender a los asalariados que su nivel de vida depende de algunas personas. Lo que importa no es la libertad que personalmente cada uno pueda ejercer, sino que “uno en un millón” pueda tomar ciertas decisiones económicas que a la larga favorecerán a todos. Estas pueden ser más importantes para la sociedad y beneficiosas para la mayoría que cualquier forma de libertad que usemos personalmente. Explica que ha defendido la libertad, no porque se desee hacer algo específico con ella o porque crea que es un componente esencial de la felicidad.

Busca diferenciar claramente su concepto de libertad individual y negativa de otros estados también considerados como deseables, a los cuales se les da también el nombre de libertad. Estas son “la libertad interior” y “la libertad política”. “Esas varias ‘libertades’ no son especies del mismo género, sino condiciones enteramente distintas, a menudo en conflicto unas con otras y que, por tanto, deberían ostentar claras diferenciaciones” (cursivas nuestras, Hayek, 1988, p. 33). El concepto de libertad es unitario, respecto a la diversidad de “libertades”.

Hayek compara la libertad individual con la llamada “libertad política”. En el original de Los fundamentos de la libertad emplea el verbo to contrast que se traduce como “contrastar” o “comparar”, lo que explicita la diferencia entre libertad personal y libertad política. La primera es individual, a diferencia de la libertad política que es grupal, o “libertad colectiva”.

“La libertad política es la participación de los hombres en la elección de su propio gobierno, en el proceso de legislación y en el control de la administración” (Hayek, 1988, p. 35). No obstante, no es necesario participar en la libertad política para ser libre en cuanto individuo. “Un pueblo libre no es necesariamente un pueblo de hombres libres; nadie necesita participar de dicha libertad colectiva para ser libre como individuo” (Hayek, 1988, p. 35). Esta postura polémica se opone a la de otros autores liberales como John Stuart Mill y Harold Laski, para quienes los derechos políticos son parte esencial de la libertad. Hayek argumenta que los jóvenes que aún no tienen la edad para ejercer sus derechos electorales y los extranjeros que residen en un país pueden disfrutar de la plena libertad personal aunque carezcan de derechos políticos.

Asimismo, cuestiona la libertad política, pues los pueblos pueden “votar” su completa subordinación a un dictador: “Quizá el hecho de haber visto a millones de seres votar su completa subordinación a un tirano haya hecho comprender a nuestra generación que la elección del propio gobierno no asegura necesariamente la libertad“ (Hayek, 1988, p. 35). Este hecho también es mencionado por Joseph Schumpeter como argumento contra la tesis de la soberanía popular. Esta fue una amarga experiencia para los opositores tanto alemanes y austriacos de los diferentes partidos que se oponían al nazismo. Entre ellos estaban los prominentes intelectuales judíos Adorno, Einstein, Hayek, Fromm, Horkheimer, Popper, Mises, y otros como Thomas Mann que debieron exiliarse.

Asimismo, Hayek reconoce que históricamente los liberales han apoyado las luchas de liberación de pueblos sometidos, pero aduce que hay que distinguir ambos conceptos: “Aunque el deseo de libertad del individuo y el deseo de libertad del grupo al cual pertenecen descansen a menudo en emociones y sentimientos iguales, es necesario mantener los dos conceptos claramente diferenciados”  (Hayek, 1988, p. 37).

La fuente teórica principal de la oposición entre libertad individual y política se encuentra en la clásica distinción de Benjamin Constant —uno de los liberales del siglo XIX más respetados por Hayek— entre “la liberté des anciens” y la “la liberté des modernes”. La primera es descrita, no sin cierta nostalgia, como una forma arcaica de libertad (Constant, 1968, pp. 232-233)

En cambio, “en la libertad de los modernos los hombres no han menester, para ser felices, que ser dejados en perfecta independencia respecto a todo lo relacionado con sus ocupaciones, sus modos de ganarse la vida, su esfera de actividad, sus fantasías” (Constant, 1968, p. 235).

Hayek se refiere, asimismo, a la denominada “libertad interior”  —denominada también “subjetiva” o “metafísica”—, pero que también podría llamarse “intelectual”, la cual está asociada al concepto filosófico del “libre albedrío”. La teoría opuesta el determinismo científico niega la existencia de la libertad. Hayek señala que esta teoría ha sido muy perjudicial al negar la responsabilidad individual. La “libertad interior” puede ser descrita como la capacidad de guiarse por propia y deliberada voluntad, la cual suele verse limitada u oscurecida por la presencia de emociones intensas, la ignorancia, la debilidad intelectual y moral, y no por la coacción ajena.

Así como en el caso anterior, insiste en la necesidad de diferenciar la libertad individual de la “libertad interior”: “El que una persona sea o no capaz de escoger inteligentemente entre distintas alternativas o de adherirse a la resolución adoptada constituye un problema distinto al de si otras gentes le impondrán la voluntad” (Hayek, 1988, p. 38). Por lo tanto, esta condición no es una condición relevante y debe ser excluida del concepto de libertad.

La relación entre la libertad y la ley ha sido un tema de especial interés para Hayek puesto que su ideal político o lo que denomina “mi utopía” o “una utopía liberal” es de carácter jurídico-político, y es una forma especial de democracia y de Estado de derecho (Hayek, 2007c; 1982c). Según se ha expuesto, cuestiona la concepción de la plena libertad como una situación que permitiría realizar cualquier deseo del sujeto. Por ejemplo, Hobbes definió la libertad como “ausencia de impedimentos externos, que a menudo pueden arrebatar a un hombre parte de su poder para hacer lo que le plazca” (1979, p. 227). En el mismo sentido, Russell la define como “ausencia de obstáculos para la realización de nuestros deseos” (citado en Hayek, 1988, p. 33).

Asimismo, Hayek rechaza completamente la idea que los seres humanos sean originariamente libres, y que su libertad esté coartada por las instituciones sociales, como fue planteado por Rousseau al inicio de El contrato social: “El hombre es libre, y por todas partes se encuentra encadenado ¿cómo ha podido acontecer este cambio? Lo ignoro” (1978, p. 401). Esta forma de plantear el problema de la libertad ha generado en todas las corrientes políticas una amplia reflexión sobre los límites sociales de la libertad. Hayek precisa el sentido en que emplea el término “coacción” para explicar su definición de libertad como ausencia de coacción ilegítima (1988, p. 45).

La coacción impide al individuo actuar como un ser pensante, que posee su propia dignidad, y lo convierte en un instrumento de la voluntad de otro. Al perder su libertad, se ve obligado a actuar como el otro dispone y esto es un mal desde el punto de vista ético. La acción libre, por la cual el individuo determina sus propios fines, y emplea los medios que estima convenientes, se basa en datos que nunca pueden adecuarse a la voluntad de otro. Presupone una esfera conocida por el individuo cuyas condiciones no dependan de la voluntad de otra persona.

Seguidamente, Hayek examina la coerción que ejerce el Estado respecto a los individuos. Retoma la idea de Weber de que la sociedad ha entregado al Estado el monopolio de la coerción, y se puede decir que incluso el de la violencia, en la medida en que esta implica el uso de instrumentos, como lo ha señalado Hannah Arendt (2005). Pero, asevera Hayek, ese poder debe reducirse al mínimo, y solo puede ser ejercido en circunstancias determinadas, de acuerdo con reglas abstractas, previamente definidas por el ordenamiento legal. Asimismo, el Estado está facultado para usar la coerción, si fuera necesario, para impedir que personas privadas la usen contra otras personas o contra los funcionarios públicos. El Estado debe proteger la esfera de libertad individual de la interferencia de otros, y dictar reglas que hagan previsible la actuación del gobernante ante distintos tipos de situaciones, sin limitar la libertad individual de los ciudadanos.

Hayek considera que la vida social requiere cierto nivel de coercitividad porque no existe otro camino para impedir o minimizar la transgresión de las normas que la amenaza de emplear coerción. Así como Hobbes y Locke, piensa que los seres humanos poseen tendencias e impulsos antisociales, rebeldes, que deben ser controlados y coartados para hacer posible la vida social y su reproducción. Desde esta perspectiva, no se puede pensar en la desaparición de la coerción. El problema entonces es lograr la eficacia de los dispositivos coercitivos y de disuasión mediante la amenaza de su uso. Hayek considera que sería deseable que el mayor número de personas adecuaran sus conductas a las reglas jurídicas y sociales, pero su concepción del hombre le señala que la conducta ajustada a las reglas sociales de la sociedad extendida es contrainstintiva. Es decir, se realiza siempre en contra de los atavismos, en oposición a las normas arcaicas que se han convertido en inclinaciones y tendencias difíciles de reprimir.

La crítica moral de la coacción proviene de la ética kantiana, en el sentido en que transgrede el principio de que nunca se puede tratar al otro como un medio, sino siempre como un fin. Asimismo, la descripción recuerda la definición de poder de Weber como la capacidad de ordenar, mandar u obligar al otro a actuar según mis propósitos y conveniencias. Esta descripción permite diferenciar entre coerción legítima e ilegítima. La primera es la que el Estado ejerce cuando actúa conforme al Estado de derecho, en el cumplimiento de sus funciones propias, la principal de las cuales es respetar y hacer respetar la libertad individual, reconociendo y delimitando la esfera privada.

La existencia de coerción legítima no se opone a la libertad individual ni tampoco la limita, sino que crea el marco donde esta se ejerce; por consiguiente, no hay oposición entre libertad individual y sistema de leyes cuando estas forman parte de un verdadero Estado de derecho.

La coerción ilegítima, en cambio, proviene de la conducta arbitraria del Estado cuando se aparta de la verdadera legalidad, o bien puede ser ejercida por organizaciones privadas que actúan corporativamente para favorecer sus intereses particulares perjudicando a otros o a todos; por ejemplo, los grandes sindicatos. En gran medida, la crítica de Hayek al Estado intervencionista se basa en esta concepción de la coerción ilegítima que limita la libertad individual. En ese sentido, la postura de Hayek se identifica con la de lucha de El hombre contra el Estado, como dice el título de la obra más conocida de Herbert Spencer (1953).

Para Hayek (1993), la libertad real es siempre una “libertad bajo la ley”. Hace suyo el planteamiento de Locke que la ley no trata de abolir o restringir la libertad, sino de conservarla y ampliarla. Y sostiene que esta era también la postura de Aristóteles y Cicerón, así como de los federalistas estadounidenses del siglo XVIII. Sin embargo, piensa que actualmente se ha perdido este sentido originario (Hayek, 1993, p. 7)

Para la concepción hayekiana, el verdadero Estado de derecho requiere dos condiciones básicas. La primera es que las leyes sean universales y permanentes, que rijan para todos. No deben ser promulgadas para favorecer a un grupo o para resolver situaciones coyunturales o casos particulares y tampoco ser acotadas temporalmente, sino que las leyes deben normar situaciones presentes y futuras, por eso deben ser permanentes. La segunda condición para que haya un verdadero Estado de derecho es que ambos derechos estén en armonía, es decir, que el derecho positivo se base en las tradiciones jurídicas.


Jorge Vergara Estevez, Mercado y sociedad. La utopía política de Friedrich Hayek, Corporación Universitaria Minuto de Dios, Bogotá 2015, pp. 105-118

Bibliografía:

1982, Derecho, legislación y libertad (vol III), Unión Editorial
1988, Los fundamentos de la libertad, Unión Editorial
1990, La fatal arrogancia, Centro de Estudios Públicos
1993, Libertad bajo la ley, Instituto de Economía de Libre Mercado
2001, Liberalismo, Unión Editorial
2007a, El atavismo de la justicia social, Unión Editorial
2007c, La pretensión del conocimiento, Unión Editorial,
1968, Sobre el espíritu de conquista …, Taurus
1979, Leviatán, Macional
1978, El contrato social, Alfaguara
2005, Sobre la violencia, Alianza

1953, El hombre contra el Estado, Buenos Aires

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