Friedrich Hayek i l'educació.


El Roto
Hayek publicó una de sus obras más importantes, Los fundamentos de la libertad (1988). En ella expone, por una parte, una amplia y detallada crítica al Estado de bienestar, y, por otra, plantea su proyecto de una nueva sociedad de mercado (Hayek, 1988). En esta obra incorporó la propuesta de Friedman de privatización de la educación pública.

En la actualidad se han desvanecido los argumentos que, en el pasado, pudieron aducirse a su favor. Ni la enseñanza debe ser financiada exclusivamente con cargo al erario, ni el presupuesto del Estado ha de ser la única fuente para su sostén. Como ha demostrado el profesor Milton Friedman, será posible en nuestra época sufragar el costo de la instrucción con cargo a los ingresos públicos sin sostener escuelas estatales, con solo facilitar bonos a los padres. Constituiría otra ventaja que los padres no habrían de enfrentar la alternativa o de optar por el tipo de enseñanza que el Estado proporciona, o sufragar por su cuenta todo el costo de una instrucción diferente y muy cara.  (Hayek, 1988, p. 498)
Hayek expone varios argumentos a favor de esta concepción educativa. En primer lugar, hace suya la crítica radical de varios pensadores liberales que expresaron su temor de que la educación pública impusiera una mentalidad común que podría obstaculizar o impedir el desarrollo de la individualidad, potenciar la intolerancia o el nacionalismo agresivo. Cita a John Stuart Mill, quien señala que la educación pública es un “mero dispositivo” que tiende a homogeneizar a los educandos, y también a Von Humboldt, quien afirma que “la instrucción pública era nociva puesto que impedía alcanzar múltiples realizaciones” (Hayek, 1988, p. 495), aunque en textos posteriores cambia de opinión y la defiende. Bertrand Russell, por su parte, opina que la educación pública convierte a las personas en “un rebaño de fanáticos dispuestos a lanzarse a la guerra o a la persecución” (Hayek, 1988, p. 494).

Hayek sostiene que “la enseñanza elemental obligatoria” es necesaria, pues cumple una función de socializar a los escolares en los valores y reglas de la sociedad actual. Cree que la tarea principal de la educación pública no es enseñar conocimientos básicos, sino formar en

determinadas creencias y conocimientos fundamentales compartidos por los que integran la comunidad. Hay una necesidad de que ciertas normas (standars) valorativas de la filosofía liberal sean aceptadas por los más. La existencia pacífica común sería claramente imposible sin que existieran tales normas. No puede negarse que, si Estados Unidos no hubiera implantado, utilizando su sistema de escuelas públicas, una deliberada política de “americanismo” se habrían visto obligados a afrontar problemas harto complejos y no hubieran llegado a ser “el crisol de los pueblos por antonomasia”. (Hayek, 1988, pp. 493-494)
Rechaza la idea de que la educación es un bien público y que el Estado debe proporcionarla a la población; en cambio, sostiene que es un valioso bien económico: “Disponer de un amplio caudal de conocimientos básicos constituye, sin duda, el supremo bien que es dable alcanzar a cambio de un precio” (Hayek, 1988, p. 492). El valor económico de la educación consiste en capacitar para desenvolverse en las sociedades actuales y ser productivos aportando a la economía nacional.

El funcionamiento de las modernas sociedades presupone el dominio de ciertas técnicas, y singularmente la de leer. La ignorancia constituye, en muchas ocasiones, el principal obstáculo para canalizar el esfuerzo de cada individuo de tal suerte que proporcione al resto de la gente los máximos beneficios.  (Hayek, 1988, p. 492)
  
Hayek considera irrealizables las expectativas de algunos liberales del siglo XIX, a los que llama peyorativamente “racionalistas”, quienes pensaban que la instrucción y la generalización de la educación podrían contribuir de modo directo a resolver importantes problemas de la sociedad: “No existen razones que induzcan a pensar que, si los superiores conocimientos que algunos poseen llegaran a ser de dominio general, mejoraría la suerte de la sociedad” (Hayek, 1988, p. 494). Cree que existe el riesgo de que un sistema de educación pública obligatorio

altamente centralizado y por completo sometido al poder público otorga sobre la mente humana un enorme poder que es muy riesgoso, pues si bien puede “facilitar un fondo cultural a todos los habitantes”, también puede crear conflictos en países multiculturales o con minorías nacionales. En general, la educación otorga un gran poder a los teóricos y expertos del gobierno que diseñan dichos sistemas y permite “moldear deliberadamente la mente humana y producir aquellos tipos humanos que se piensa generalmente que necesitamos”. (Hayek, 1988, p. 497)
La variedad de métodos pedagógicos justifica que existan diferentes escuelas. Asimismo, asevera que ya han desaparecido las razones que hacían deseables que el Gobierno rigiera el sistema educativo, por ejemplo, la dificultad de acceso a ciertas zonas, en las cuales había pequeñas cantidades de niños que debían ser educados.

La sociedad no necesita que aumente el nivel educativo de los educandos, solo requiere que todos alcancen un nivel básico. Está de acuerdo con Friedman en que la única obligación del Estado es proporcionar un subsidio básico para cubrir el gasto de la formación básica en escuelas particulares, asegurando un nivel medio de dichas escuelas. Si los padres quieren que sus hijos accedan a una mejor educación, deberán “sufragar el gasto adicional”, pues es un precioso bien.

Hayek rechaza la postura que considera que el Estado tiene que facilitar el acceso a la educación superior a la mayor parte de los estudiantes que poseen la capacidad académica requerida, pero carecen de los recursos pecuniarios. Asevera que solamente se debería subvencionar los estudios superiores de algunos estudiantes no “por la utilidad que reportan al beneficiario, sino por las ventajas que a la larga obtiene la comunidad” (Hayek, 1988, p. 497).

Los que posean las condiciones intelectuales necesarias y carezcan de los medios económicos deberán optar por préstamos reembolsables. Por la misma razón, el Estado deberá subvencionar a algunos destacados investigadores y centros de investigación. Las familias que deseen que sus hijos obtengan mayores ingresos futuros deben invertir en su educación superior, pues la inversión privada en educación tiene mayores niveles de retorno que la que se realiza en otras formas de capital.

Consecuentemente, rechaza que exista un derecho a la educación que pudiera ser reivindicado frente al Estado y la sociedad. Dicha postura estaría basada en el peligroso mito de la “justicia social”. Por eso, no comparte la concepción que “cuantos se hallan intelectualmente dotados para ampliar sus estudios tengan derecho a la correspondiente ayuda” (Hayek, 1988, p. 500). Asimismo, observa con preocupación que en algunos países haya más profesionales que “los que pueden ganarse la vida dignamente”. Esto implica un grave riesgo político, pues “no cabe mayor peligro para la estabilidad política de un país que la existencia de un auténtico proletariado intelectual sin oportunidades para emplear el acervo de sus conocimientos” (Hayek, 1988, p. 501).


Jorge Vergara Estevez, Mercado y sociedad. La utopía política de Friedrich Hayek, Corporación Universitaria Minuto de Dios, Bogotá 2015, pp. 175-178

Bibliografia:

1988, Los fundamentos de la libertad, Unión Editorial

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