El que Sòcrates sap (Pierre Hadot).


Entrevemos pues lo que puede ser, más allá de su no saber, el saber de Sócrates, quien dice y repite que no sabe nada, que nada puede enseñar a los demás, que los otros deben pensar por sí mismos, descubrir su verdad por sí mismos. Pero bien podemos preguntarnos, en todo caso, si no hay también un saber que el propio Sócrates descubrió por sí mismo y en sí mismo. Un pasaje de la Apología (28b), en el que se oponen saber y no saber, nos permite conjeturado. En él, Sócrates evoca lo que algunos podrían decirle: "¿No te da vergüenza, Sócrates, haberte dedicado a una ocupación tal por la que ahora corres peligro de morir?" Y formula de esta manera lo que les contestaría: "No tienes razón; amigo, si crees que un hombre que sea de algún provecho ha de tener en cuenta el riesgo de vivir o morir, sino el examinar solamente, al obrar, si hace cosas justas o injustas y actos propios de un hombre bueno o de un hombre malo".

En esta perspectiva, lo que parece ser un no saber es el miedo a la muerte:

¿Qué es, en efecto, el temer a la muerte sino atribuirse un saber que no se posee? ¿No es acaso imaginar que se sabe lo que se ignora? Pues nadie conoce la muerte, ni siquiera si es, precisamente, el mayor de todos los bienes para el hombre, pero la temen como si supieran con certeza que es el mayor de los males. Sin embargo, ¿cómo no va a ser la más reprochable ignorancia la de creer saber lo que no se sabe? (Apología, 29 a-b)
Sócrates, por su parte, sabe que no sabe nada acerca de la muerte, pero, en cambio, afirma que sabe algo acerca de un tema muy diferente: "Pero sí sé que es malo y vergonzoso cometer injusticia y desobedecer al que es mejor, sea dios u hombre. En comparación con los males que sé que son males, jamás temeré ni evitaré lo que no sé si es incluso un bien". 

Es muy interesante comprobar que aquí el no saber y el saber  se refieren no a conceptos sino a valores: el valor de la muerte por una parte, el valor del bien moral y del mal moral por la otra. Sócrates no sabe nada del valor que se debe atribuir a la muerte, porque no está en su poder, porque la experiencia de su propia muerte le es, por definición, ajena. Pero conoce el valor de la acción moral y de la intención moral, porque dependen de su elección, de su decisión, de su compromiso; tienen pues su origen en él mismo. Aquí de nuevo el saber no es una serie de proposiciones, una teoría abstracta, sino la certeza de una elección, de una decisión, de una iniciativa; el saber no es un saber a secas, sino un saber-lo-que-hay-que preferir, luego un saber-vivir. Y es este saber del valor el que lo guiará en las discusiones llevadas con sus interlocutores: "Y si alguno de vosotros discute y dice que se preocupa, no pienso dejarlo al momento y marcharme, sino que lo voy a interrogar, a examinar y a refutar, y, si me parece que no ha adquirido la virtud y dice que sí, le reprocharé que tiene en menos lo digno de más y tiene en mucho lo que vale poco" (Apología, 29 c).

Este saber del valor procede de la experiencia interior de Sócrates, de la experiencia de una elección que lo implica en su totalidad. Aquí, de nuevo, no hay, pues, saber más que por medio de un descubrimiento personal que procede del interior. Esta interioridad es además reforzada en Sócrates por la representación de este daimón, de esta voz divina, que, nos dice, habla en él y le impide hacer ciertas cosas. Experiencia mística o imagen mítica, es difícil decirlo, pero en ello podemos ver, en todo caso, una especie de figura de lo que más tarde' se llamaría la conciencia moral.

Parece, pues, que Sócrates haya admitido implícitamente que existía en l todos los hombres un deseo innato del bien. Es también en este sentido en el que se presentaba como simple partero, cuyo papel se limitaba a hacer descubrir a sus interlocutores sus posibilidades interiores. Entonces, comprendemos mejor el significado de la paradoja socrática: nadie es malo voluntariamente, o también: la virtud es saber; quiere decir que, si el hombre comete el mal moral, es porque cree encontrar el bien en él, y si es virtuoso, es que sabe con toda su alma y todo su ser en dónde radica el verdadero bien. Todo el papel del filósofo consistirá pues en permitir a su interlocutor "percatarse", en el sentido más fuerte de la palabra, de cuál es el verdadero bien, cuál es el verdadero valor. En el fondo del saber socrático hay el amor del bien.

(…) Podemos decir que un valor es absoluto para un hombre cuando está dispuesto a morir por él. Tal es precisamente la actitud de Sócrates cuando trata de “lo mejor es mejor”, es decir, de la justicia, del deber, de la pureza moral. Lo repite varias veces en la Apología (28b y ss): prefiere la muerte y el peligro antes de renunciar a su deber y su misión. En el Critón (50a), Platón imagina que Sócrates hace hablar a las leyes de Atenas, que le hacen comprender qque si pretende evadirse y escapar a su condena perjudicará a toda la ciudad, dando ejemplo de desobediencia a las leyes: no debe poner su propia vida por encima de lo que es justo. (…)

Este valor absoluto de la elección moral aparece también en otra perspectiva, cuando Sócrates declara: "Para el hombre de bien, no hay ningún mal, ni durante su vida ni una vez que ha muerto" (Apología, 41 d). Esto significa que todas las cosas que parecen males a los ojos de los hombres, la muerte, la enfermedad, la pobreza, no son males para él. A sus ojos no hay más que un mal, la falta moral; no hay más que un solo bien, un solo valor, la voluntad de hacer el bien, lo que supone que no nos negamos a examinar siempre rigurosamente nuestra manera de vivir, a fin de ver si siempre está dirigida e inspirada por esta voluntad de hacer el bien. Podemos decir, hasta cierto punto, que lo que interesa a Sócrates no es definir lo que puede ser el contenido teórico y objetivo de la moralidad: lo que hay que hacer, sino saber si se desea real y concretamente hacer lo que se considera justo y bien: cómo hay que actuar. En la Apo logía, Sócrates no da ninguna razón teórica para explicar por qué se obliga a examinar su propia vida y la vida de los demás. Se contenta con decir, por una parte, que es la misión que le fue confiada por el dios y, por la otra, que sólo una lucidez así, un rigor así con respecto a sí mismo puede dar sentido a la vida: "Una vida sin examen no tiene objeto vivirla para el hombre" (Apología, 48a).

Quizás encontramos aquí, todavía confuso e indistinto, cierto esbozo de la idea que será desarrollada más tarde, en una problemática muy diferente, por Kant: la moralidad se constituye a sí misma en la pureza de la intención que dirige la acción, pureza que consiste precisamente en dar un valor absoluto al bien moral, renunciando por completo a su interés individual.

Todo hace pensar además que este saber jamás se adquiere. No sólo es a los demás sino a él mismo a quienes Sócrates no deja de poner a prueba. La pureza de la intención moral debe siempre ser  renovada y restablecida. La transformación de sí mismo es definitiva. Exige una perpetua reconquista. (45-48)

La definición platónica del filósofo.


Pierre Hadot, ¿Qué es la filosofía antigua?. Fondo de Cultura Económica, México 1998

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