Contingència, deliberació i política en Aristòtil (III).
El Roto |
Esta distancia concierne a la materia, la cual está siempre en potencia de
ser otra cosa de lo que es. Ahora bien, la materia es requerida como condición
de posibilidad del movimiento, y cuanto más se aleja este movimiento de la inmutabilidad
divina, más refractaria a la determinación será la materia que supone. Se
comprende, pues, que la contingencia y el desorden crezcan con la complejidad y
que esta complejidad misma se manifieste cuando se pasa de las esferas
superiores a la región sublunar y de los elementos simples a los cuerpos
compuestos, pues cuanto más una cosa contiene materia o potencias diversas,
tanto más hay en ella de indeterminación y ambigüedad. (Metafísica, 1010a 3).
El mundo no es racional más que en sus partes superiores. (101)
Si la contingencia es la fuente del mal, hace posible las iniciativas
humanas con vistas al bien: la indeterminación es al mismo tiempo apertura a la
acción razonable del hombre. (103)
El mundo no está ordenado más que en su envoltura celeste.
La contingencia es el mal, pero ella es también el remedio, al menos si el
hombre quiere. (104)
La sabiduría es digna de Dios, la prudencia no.
La prudencia permite al hombre comportarse según el bien realizable en el
mundo tal como es. (110-111).
Un Dios no sería Dios si tuviera que “deliberar”.
Como el mundo de los hechos es lo que es, es decir, está sometido a la contingencia,
es preferible que el hombre sea prudente y no lo contrario. (111)
La prudencia es el sustituto propiamente humano de una Providencia falible.
(111)
La prudencia es una virtud porque realiza en el mundo sublunar un poco de
Bien. (111)
Si el mundo fuera perfecto, no quedaría nada por hacer, ahora bien, es
precisamente en el hacer, en el actuar, y no en la inmutabilidad, extrañamente
común a las plantas y a Dios, en donde el hombre realiza su areté, su excelencia propiamente humana.
Saber nos alejaría de actuar, dispensándonos de escoger; pero el hombre no
acabaría nunca de conocer un mundo cambiante e imprevisible, y por ello siempre
tendrá que deliberar y escoger. (111)
La prudencia será la virtud de
los hombres obligados a deliberar en un mundo oscuro y difícil, cuya
incompleción es una invitación a lo que se puede denominar su libertad (111)
La filosofía del mundo sería sistemática si la estructura del mundo fuera
totalmente necesaria. (199)
Pierre Aubenque, La
prudencia en Aristóteles, Crítica, Barna 1999 (1963)
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