La política no és l'Acadèmia de Plató.




La discusión política es una discusión moral. Para quienes comparten esta convicción, el parlamento oficiaría como un lugar de encuentro entre perspectivas normativas o concepciones del mundo. La izquierda, comprometida con la igualdad, polemizaría con la derecha, entregada a la causa de la libertad. Unos y otros tratarían de persuadirse mutuamente hasta que, mediante procesos deliberativos, se impusieran los principios morales mejor justificados. La política no sería más que una versión ampliada de las discusiones académicas entre filósofos. 

La realidad también ahora resulta más enojosa. La política no tiene otros mimbres que los intereses. Los argumentos y las razones se levantan sobre ese paisaje de fondo. La política no es la Academia de Platón, sino lucha por el poder y capacidad de imponer intereses. Incluso cuando busca concretar en propuestas un ideal como la igualdad la gestión política se detiene ante las fuerzas que no puede vencer o las mezquinas motivaciones egoístas de los ciudadanos. Por eso no se discute en un parlamento autonómico la distribución del poder en el mundo ni en un ayuntamiento se aspira a que los más ricos, convencidos por buenas razones, repartan su riqueza o dispongan sus talentos al servicio de los más necesitados. Los intereses pueden ser justos, pero sin poder para materializar la justicia, sin política, es charla de casino.

Félix Ovejero Lucas, El leproso mudo. Acerca del buenismo político, Claves de Razón Práctica nº 234, Mayo/Junio 2014

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