La política en 'Juego de Tronos'.



A lo largo de la segunda temporada de Juego de Tronos aparecerá una diferencia cualitativa que cambiará imperceptiblemente la serie entera: los salvajes. Claro está, “salvajes” es un etiqueta colonialista del poder que los mantiene confinados. Ellos se nombran a sí mismos como el “Pueblo libre” y afirman orgullosamente su diferencia: una fuerza de carácter, una libertad de costumbres, etc. 

Los salvajes habitan más allá del Muro, una tierra helada y hermosísima donde, como explica Tormund Matagigantes, “para mantenerte vivo tienes que moverte constantemente”. Este movimiento constante se ha organizado ahora cómo fuga masiva: su supervivencia pasa por conseguir atravesar el Muro y alejarse de los Caminantes Blancos. Son una nación en marcha, un reino que camina, una federación imposible de clanes y tribus.

Los salvajes son lo más parecido a un pueblo (no una masa de súbditos) que hay en 'Juego de Tronos'. Entre ellos aparecen algunos de los personajes más libres, más sensibles y más atractivos de toda de la serie: la guerrera Ygritte, el líder Mance Rayder, el simpático Tormund. Tres son, a nuestros ojos, las características que hacen de ellos una alternativa auténtica. 

En primer lugar, no buscan el poder. Reúnen un ejército de más de 100.000 hombres (¡y mujeres!), pero son los únicos en toda la serie que no sueñan con apoderarse del Trono de Hierro. Como explica Mance Rayder, no buscan el poder ni la gloria, sólo vivir y que les dejen en paz. 

En segundo lugar, su jefatura no es institucional. Hay un Rey-más-allá-del-Muro, Mance Rayder, un renegado de la Guardia de la Noche que se fue a vivir con sus enemigos. Pero como le explica orgullosamente Ygritte a Jon Nieve, Mance no es rey porque su padre fuera rey (una idea que le produce a la vez repulsión y risa). Es un jefe elegido. Y para una misión concreta: conducir al Pueblo Libre más allá del Muro. Es un líder funcional, no un soberano. Él es muy consciente y tomará algunas decisiones conforme a ello, como la de no arrodillarse una vez derrotado militarmente, ni enrolar a su gente en una guerra extranjera, lo que le costará la vida. 

Por último, el Pueblo Libre es un común hecho de diferencias. Hasta siete idiomas distintos se hablan en el ejército de Mance, que agrupa a más de 90 clanes (Adoradores de la Luna, Pies de Cuerno, Thennitas) que antes se odiaban a muerte,e incluso varias razas (hay humanos, gigantes, cambiapieles). La diferencia se unifica sin someterse: nadie está obligado a arrodillarse ante Mance, nadie se arrodilla en el Pueblo Libre a diferencia de lo que ocurre en los reinos de los hombres. 

Entre los salvajes hay otra concepción del mundo, en la que el dominio o la gloria no están por encima de la vida. Otra concepción del poder, repartido o compartido (sólo se concentra puntualmente si hay necesidad). Y otra concepción de la convivencia según la cual las diferencias pueden coexistir sin excluirse, matarse o borrarse, en un equilibrio siempre inestable y conflictivo. En estas condiciones, la confianza vuelve a ser la base posible de los vínculos. 


Amador Fernández-Savater y Francisco Carrillo, Cooperar con el enemigo: lecciones de 'Juego de Tronos', el diario. es 06/10/2017

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